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A finales de 2016, hasta 26 empleados de la embajada americana en Cuba enfermaron misteriosamente. Los funcionarios, de repente, sufrieron mareos, náuseas, dolor de cabeza, confusión mental, sordera parcial y lagunas en el vocabulario básico. Aunque esto último también les ocurre a los pandilleros del Parc de ses Estacions. Si hubiera ocurrido en España, habríamos concluido que los empleados hacían cuento para que les dieran la baja, pero los norteamericanos se lo tomaron muy en serio y lo atribuyeron a un «ataque sónico». La sede diplomática fue desalojada y solo permaneció dentro el personal estrictamente necesario, mientras la CIA investigaba el origen de aquella nueva arma caribeña. Pero algo no cuadraba. El presupuesto de los espías cubanos solo alcanzaba para atacarles con arroz con pollo, así que quedó descartado que hubieran descubierto unas ondas taladradoras. Fidel Castro acababa de morir, así que tampoco podía ser uno de sus discursos interminables, que se colaba por ventanas y chimeneas, torturando oídos. Al final, una investigación científica llegó a una conclusión absolutamente genial: los ruidos que atormentaban al personal del Tío Sam procedían de unos grillos que, en un apasionado ritual de apareamiento, querían seducir a una grillas. Un sonoro atac de fortó, que diríamos aquí. Ahora, ocho años después, deberíamos plantearnos si los micros que el Govern buscaba en el despacho del conseller Alejandro Sáenz de San Pedro procedían, también, de los grillos cubanos. O eran psicofonías del anterior inquilino, Juan Pedro Yllanes. Que todo puede ser.