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La Pascua y ses panades siguen, afortunadamente, inmutables y conforme a los cánones de la tradición. Ambas alivian el drama de comprobar que esta Mallorca –tan cambiante y frenética– deja de ser el paraíso de nuestros abuelos. La veneración al Crist de la Sang que en 2002 quedó materialmente aniquilado es una demostración del resurgir que tanto necesitamos como sociedad que va olvidando referentes. Curiosamente ese catolicismo predominante que nos había caracterizado debe convivir y competir con otras religiones que, en ocasiones, reciben mayor comprensión y prebendas que la Iglesia. Porque esta política progre ha intentado aniquilar ese sentir religioso que resiste y que se ha manifestado en las calles. Tal vez para muchos ya no sea un sentimiento religioso, sino una manera de disfrutar de nuestra espiritualidad y de las tradiciones. Ello es una demostración de respeto y da valor a unas costumbres de diversa naturaleza que se convierten en refugio compartido con otros y que nos permite percibir esa mediterraneidad que parece perdida. Muy lejos quedan aquellas décadas en las que la calma, la entrega al trabajo y cumplir con las obligaciones religiosas marcaba la existencia de las familias de antaño. Por desgracia hemos pasado al escenario contrario y me temo que una existencia sin lo trascendente esté abocada a la fatídica desilusión o descontento que impera entre muchos y que también provoca estragos en la salud mental. Esa fe que ahora celebramos fue un sustento para tantos de nuestros antepasados que iban a misa primera y respetaban las imposiciones propias de Cuaresma y Semana Santa. Eran, sin duda, otros tiempos de los que todavía mantenemos un grueso que resulta esperanzador. El relato que nos quieren imponer puede ser otro, pero la realidad nos da cierto consuelo a los nostálgicos. Nostalgia que entiendo como el ejercicio de mirar al pasado para entender el presente; que cobra especial vigor en estas fechas y se manifiesta en las celebraciones religiosas y también en lo gastronómico. El orgullo de conservar las recetas familiares debería extenderse a otros ámbitos de cierta resistencia que revela que aquellas creencias y costumbres de antaño no fueron tan malas. No solemos buscar soluciones en el pasado y creo que es un gran error. Bucear en libros que describen lo perdido o perderse en la web de la biblioteca virtual de prensa histórica es actualmente más necesario que nunca para cualquiera que indaga y cree en las raíces. Porque sostengo que hay que estar orgulloso de lo que estos días hemos experimentado y que forma parte de nosotros. Su misión –además de la esperanza ante el vacío de la muerte– es el renacer de momentos de infancia, de la misma manera que nuestros padres y abuelos y así sucesivamente hasta desconocer el verdadero origen de creencias y rituales que, sobre todo, estamos llamados a practicar. Vida eterna a todas esas buenas costumbres que nos caracterizan y también a todos aquellos cuyo legado somos, ahora, nosotros viviendo el presente.