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Hay un señor en Palma que es propietario de medio centenar de miniapartamentos. Su hija tiene otros 25 y su yerno, 25 más. Me cuentan que cuando un piso se le queda vacío, el señor no duerme. También me cuentan que son minipisos y que renta por 600 euros al mes. «Ah, pues no es ninguna barbaridad», le comento a mi fuente. Porque ya hemos normalizado que un piso de alquiler normal pase de los 1.000 euros. Acabo de ver uno en Idealista por 1.495 euros y 75 metros cuadrados. «Fantástico apartamento, solo disponible hasta el 15 de junio». Me apunto para ir a verlo. Me puede la curiosidad.

En el Ajuntament de Palma se debatirá esta semana un nuevo punto que presenta la izquierda, que reclama la limitación del precio de la vivienda. Ya en las comisiones previas al pleno, celebradas la semana pasada, PP y Vox votaron en contra. Entiendo que no se quiera poner freno a los alquileres: hay tantas familias viviendo tan bien a costa del inquilino... Porque debe de ser algo maravilloso que llegue principio de mes y notar que entran 1.500 o 2.000 euros sin tener que trabajar. Para eso ya están otros que es posible que tengan que compartir vivienda con otras familias, que dejen de tener hijos porque no sale a cuenta, que paguen 500 euros por una cama, que tengan que ir a dar clase a Eivissa y se vean forzados a coger dos aviones al día porque no hay forma de encontrar un techo. Qué vergüenza.

Si los políticos no ponen solución, solo nos queda la rebelión. Salir de aquí. Quedarse sin camareros, sin oncólogos, sin profesores, sin dependientas de comercio. Que la isla se vacíe y se limpien ellos, se sirvan ellos, se curen ellos.