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El ACI -Consejo Internacional de Aeropuertos, por sus siglas en inglés- ha otorgado a Son Sant Joan el galardón al mejor aeropuerto europeo de los de entre su categoría -de 25 a 40 millones de viajeros anuales- en 2023, algo que ha sido celebrado por su director, Tomás Melgar, como si de verdad el premio se lo hubieran concedido los sufridos usuarios y no un club privado del que el propio aeropuerto forma parte.

Porque hay noticias que suenan, definitivamente, a recochineo. Nuestro aeropuerto, además de constituir el bodrio arquitectónico más espantoso del continente en su categoría, ofrece en muchos aspectos un servicio francamente mejorable.

El pasado domingo, sin ir más lejos, ninguna de las pasarelas mecánicas que conectan la terminal C con la zona de recogida de equipajes -un largo y oscuro tránsito por las entrañas de este remedo del búnker de la Cancillería que diseñó Pere Nicolau- funcionaba. No una, ni dos. Ninguna. Esta situación no es extraordinaria, es la normal. La semana anterior fue prácticamente igual.

Para ser justos, diré que una de las pocas cosas que sí marcha adecuadamente es el control de seguridad, rápido y eficiente, al contrario de lo que sucede en muchos otros aeropuertos internacionales europeos, en los que se llega a comerciar con las prisas en las colas.

Por lo que hace al estacionamiento, una vez sorteada la cola de infractores de las normas de la circulación que consiente AENA desde hace años, se accede a un edificio que ha ido siendo progresivamente okupado por las empresas de alquiler de vehículos, relegando a los usuarios residentes a las plantas más incómodas o a las más caras. Eso sí, las escaleras mecánicas funcionan un día sí y tres no, además de que la zona parece permanentemente en obras.

Una vez facturado nuestro vuelo y superado el control de seguridad, AENA nos ofrece gratis un bombardeo publicitario de alcohol de alta graduación y tabaco destinado a todos los viajeros, incluyendo a los menores de edad, obligados a transitar por los pasillos de la duty free.

Hasta cuándo las autoridades de consumo o la oficina del defensor de la ciudadanía van a tolerar este grosero y manifiesto incumplimiento de la normativa en materia de publicidad -directa o indirecta- de alcohol y tabaco constituye una incógnita que les recuerdo a mis lectores con cierta frecuencia.

No hay otro aeropuerto en España que fuerce a los pasajeros a transitar por el interior de un comercio de drogas legales, es un caso único, quizás animado por la contraprestación económica que AENA obtiene de este atropello.

Finalmente, otra de las apuestas de nuestro aeropuerto ‘campeón de Europa’ debiera ser, sin duda, la de constituirse en exponente de la tecnología europea en materia aeroportuaria, pero ni eso. Mientras en Mieres (Asturias), España cuenta con una de las más punteras industrias del mundo en el diseño y fabricación de pasarelas -fingers-, con las que están dotados muchos aeropuertos de nuestro país, aquí hemos optado por comprarlas en la China, que son más baratitas, aunque ello suponga emitir una gigantesca huella de carbono y dejar sin trabajo a nuestros compatriotas. Todo muy ecológico y circular.

Si la credibilidad del ACI es igual en todas partes, mejor evitar los aeropuertos que premia.