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do a pensar que mi llanto por el declive de la clase media era consecuencia de una extraña enfermedad, mezcla de melancolía y decrepitud, una suerte de dolencia que debe aquejar –pensaba– a quienes se niegan a entender el mundo actual y se sumergen con obstinación en el pote caducado de la miel agriada. Voceros de la globalización, encantados con el desbarajuste de este primer tercio del siglo XXI, proclaman las excelencias de una civilización dominada por la tecnología, el relativismo y esa rara ideología buenista que lo empalaga todo sin permitir que brillen la verdadera bondad y los valores que a mi me enseñaron de pequeño. Pero he aquí que hace unos días un líder mundial de la talla de Emmanuel Macron definió a los «nuevos pobres pero menos» de hoy en día con una frase certera, aunque no literariamente bella: «Ganan lo suficiente como para no poder acceder a las ayudas públicas pero apenas llegan a fin de mes». Clavada, la sentencia del líder francés y –me parece– muy ajustada a lo que nos ocurre en España aunque los economistas aduladores del socialismo patrio eludan hablar de ello. No estoy hablando de pobres en el sentido estricto de la palabra. Se trata de profesionales autónomos o empleados más o menos cualificados. No están en el paro, al contrario, trabajan como burros para sacar adelante su pequeño negocio o el de su jefe, que también pasa las de Caín para poder conservar su ya reducida nómina de empleados. Tan sufrido ciudadano se saca entre 1.500-1.700 euros brutos al mes. Además, la familia tiene algunos otros ingresos que redondean la cifra mensual en torno a los 2.000 euros. Pues bien, allá por el día 20 el sufrido contribuyente ve como mengua el dinero de la cuenta y empieza a dar instrucciones de que hay que apretarse el cinturón. Pero, oh cielos, de repente se estropea el coche o el calentador y el arreglo le deja en números rojos. Una vez más –y no son pocas– nuestro hombre, o mujer, no vayamos a liarla, siente que es víctima de un sistema depredador y que su padre, tiempo atrás, ganaba menos que él ahora y sin embargo cada año ahorraba un pico.

Macron tiene razón: el anónimo protagonista de esta historia no tiene derecho a acogerse a las ayudas –’paguitas’ les llaman ahora– establecidas por el estado social y de derecho que tanto dice cuidarnos. Y si eso es así... ¿entonces quien se las lleva?
Bueno, ya lo dije: no quiero liarla.