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Lo que nos fascina de la muerte (ajena) y del mal y sus plasmaciones literarias, cinematográficas e incluso radiofónicas (el éxito de los pódcast dedicados a los crímenes reales es un fenómeno reciente espectacular) es la posibilidad de matar impunemente. La mayoría de veces no leemos las novelas negras con ánimo de descubrir quién es el asesino, sino para sentirnos, por un día, asesinos. Todos sabemos que es mucho más seductor el doctor Moriarty que ese violinista mediocre de mente deductiva genial llamado Sherlock Holmes, pero el hecho de vivir en sociedad y de haber domesticado nuestros crueles instintos de supervivencia hace que sea mucho más aceptable nuestra identificación con el investigador que no con el criminal. Ese flirteo con el mal engrandece festivales como el Febrer Negre, que hoy acaba. Catorce ediciones ya de un festival cultural impulsado por la empresa privada. Para flipar.