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Es una cinta (Norman Jewison, 1966) basada en un buque soviético que busca ayuda en EUA. Pero la actual campaña sobre una agresión rusa, de militares como Martin Wijnen, o Rob Bauer, de civiles (Borrell, Stubb, Ciuca, Stoltenberg), o incluso de la centrista Nathalie Louseu, tiene poco de comedia. Guerra durante décadas, vuelta al servicio militar, amenaza de ignotas armas nucleares espaciales. Muestras por Navalni, mutismo por Gaza. Trump lo dejó claro: Europa debe gastar más en armas y en Múnich 450 líderes lo ratificaron. Pese al pobre crecimiento económico, altos precios, tasas de interés, agricultores en las carreteras o mafias de la droga, la EU destinará 50.000 millones de EUR a la guerra (2024-2027) y maniobras con fuego real durante meses con 90.000 efectivos. Armas que pagaremos los europeos a la industria militar de EUA. Es el nuevo negocio, pues los amos del mundo, como los definió Martín Cúneo (El Salto), esto es los BlackRock y compañía, pierden deuda ucraniana, particularmente a medida que Rusia avanza como en Avdiivka. Putin, en carta de diciembre de 2021, acuerdo de paz de primavera, o la entrevista de Tucker Carlson, reitera que no invadirá ningún país si no es atacado, lo que conllevaría el holocausto nuclear. Sus argumentos son: 1. No quiere misiles que puedan alcanzar Moscú en un par de minutos. ¿Pero esa no fue la causa de la crisis de los misiles de Cuba en 1962? 2. No quiere que territorios bajo su área de influencia (Ucrania) tengan una política hostil (que él define como nazi). Los EUA llevan décadas sancionando a Cuba con igual planteamiento. 3. Apoyo a territorios de otro país que soliciten ayuda, en su caso del Dombás de habla y cultura rusa, ninguneados por los incumplimientos de los acuerdos de Minsk. ¿En qué difiere del apoyo de EUA a Taiwán, con la diferencia de que entre éstos no hay ningún vínculo geográfico, cultural ni lingüístico? El cuento de que vienen los rusos tiene color de dólar.