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Contó alguna vez Joan Pla, el periodista mallorquín que la noche del 23 de febrero de 1981 habló con Tejero para que se rindiera y abortara el golpe de Estado del que mañana se cumplirán 43 años, que le localizaron porque otro mallorquín facilitó su número de teléfono. Según Pla, y posiblemente sea cierto (y si no, pues se cuenta como leyenda, igual que la historia del hombre que mató a Liberty Valance), ese otro mallorquín fue Bartolomé Beltrán, el que -con el tiempo- llegaría a presidir el Mallorca además de convertirse en el médico más mediático, según se ha recordado estos días en los obituarios que se han escrito después de su muerte. Beltrán era, en aquellos años, un joven ‘fontanero’ (entonces se llamaba ‘fontaneros’ a esos asesores y colaboradores que resolvían asuntos sin que su nombre trascendiera) del equipo de otro mallorquín, Josep Melià, que fue secretario de Estado de Información con Adolfo Suárez y que le escribió varios discursos. No el famoso del «puedo prometer y prometo» pero sí el que leyó la tarde en que presentó su dimisión. Hubo una época -igual que ahora con el PSIB de Armengol- donde voces de las Islas se oían en las proximidades del poder. Otro ‘fontanero’ de la UCD, como Beltrán y Melià, militó luego en el PSIB: Celestí Alomar. ¿A quién se le ocurrió pasar por Beltrán para llegar a Pla? Nunca lo ha revelado otro mallorquín, Fernando Piña, breve ‘ministro’ en el Gobierno paralelo que presidió Francisco Laína, que fue quien llamó a Pla. Es posible que lo hiciera desde un teléfono de mesa. ¿Cómo habría sido el 23-F en la era de los móviles y las redes sociales?, ¿cuántas imágenes se hubieran enviado desde el Congreso?, ¿se hubieran cruzado los disparos de móviles y metralletas?, ¿la trama civil del golpe a la que Pla dedicó un libro se hubiera retratado ya en las redes aquella noche de hace 43 años?