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No deberíamos perder la costumbre de ir al cine. Con la cantidad de series, películas y documentales que podemos ver desde casa, algunos de mis amigos han renunciado al cine. Personalmente siempre he sido una defensora de ciertos rituales. Ir al cine, por ejemplo, me parece un ritual que vale la pena. Me gusta la idea de mirar la cartelera, buscar los títulos y los horarios correspondientes, cambiarme de ropa y hacer cola (mejor si es cortita) en la taquilla. Luego está aquello de comprar palomitas (odio las palomitas, pero no conozco a nadie como yo en este tema), algunas chuches, y una botella de agua o de refresco. Lo mejor, sin duda, es sentarte en la sala, compartir el silencio con los desconocidos que te rodean, y dejarte llevar por las imágenes que surgen en la pantalla. Trasladarse a un mundo ficticio sin interrupciones ni estorbos.

Esta semana fui a ver Pequeñas criaturas, del director griego Yorgos Lanthimos, protagonizada por la actriz Emma Stone. Me pareció sorprendente y magnífica. Se trata de una película que juega con la realidad y la fantasía para explicarnos la historia de un personaje muy singular. Bella, la protagonista, vivirá un auténtico viaje de iniciación, al salir de un mundo cerrado y adentrarse en un universo inmenso lleno de emociones, experiencias y gente que no había conocido jamás. La historia de Bella, salvando todas las distancias, me recordó un poco el viaje de Alicia en el País de las Maravillas, cuando se sumerge en una realidad paralela al perseguir a un conejo blanco. Ambas son curiosas, valientes, y con tendencia a probar lo prohibido.

La película combina el surrealismo, el humor y el retrato salvaje de la ciencia. El personaje de Bella vive una evolución apasionante y compleja, un auténtico desafío que Emma Stone supera con creces, mostrándose como la gran actriz que es.

Pequeñas criaturas es un reto también para los espectadores quienes, entre el juego del absurdo y el nonsense, asistirán al despertar de un personaje a las emociones y a la vida.