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Se entiende que la derecha más dura se alinee con Bolsonaro, Milei, Bukele o Trump. Es lógico que se exalte contra las feministas y todos los temas woke. Pero no comprendo por qué se tiene que posicionar en contra del coche eléctrico o al menos no con la virulencia que exhibe. Me parece tan absurdo como si se opusiera a los trenes eléctricos, a las vitrocerámicas, a los microondas o a los patinetes, de lo cual no tengo constancia.

Su furor por la reciente caída de ventas de los coches eléctricos sólo es comparable al que manifiestan por asuntos de gran calado político. Algo en este sentido era imaginable cuando, durante la pandemia, uno de los principales núcleos de resistencia a los confinamientos era un foro de coches que hay en España y que no frecuento. Otro tanto pasa con Jeremy Clarkson, el expresentador de un programa de motor de la BBC, ahora en una plataforma digital, que es una especie de referencia contra el ecologismo.

Sea como fuere, lo cierto es que estas semanas, las redes de los numerosos forofos de los coches ebullen con las noticias que hablan del hundimiento generalizado de las ventas de los eléctricos, sobre todo en Estados Unidos. En efecto, parece que después de unos años felices, cuyos protagonistas fueron los más atrevidos (y pudientes), ahora llega el turno del cliente medio que no sólo se lo piensa dos veces sino que termina por posponer la compra. Parece que los forofos tienen motivos para la celebración.

Por eso, Ford ha parado la producción de su coche eléctrico estrella (el F150), Volkswagen ha frenado sus planes, General Motors ha cerrado fábricas y Tesla anuncia una fuerte bajada de los precios. Los riesgos a los que se enfrenta el conjunto de la industria del motor son tan grandes que ya no es un disparate imaginar un reemplazo de las marcas históricas por las chinas.

El asunto es muy importante porque, por un lado, el uso del coche es hoy un elemento central en la vida diaria, tal vez desmedido; y por otro, porque genera empleo abundante en muchos países, España entre ellos. Estamos en una transición que puede dibujar un mapa nuevo, en el que no está nada claro si Europa va a seguir contando.

Parece obvio que el coche convencional está muerto, pero nada asegura que el coche eléctrico sea su sustituto. Por ejemplo, el precio de partida de un eléctrico aceptable es el doble que el de un térmico comparable, lo cual provoca reticencias. No está resuelto el rendimiento de estos motores en el largo radio, limitado incluso en las marcas caras y, también, si se usa el acelerador con alegría. Cuando las temperaturas caen, como pasó hace unas semanas en la región de los Grandes Lagos, el desastre es absoluto. No hay suficientes puntos de recarga en general y los averiados, al menos en España, son uno de cada cuatro. No es posible que apenas haya recargas ultrarrápidas, porque la de dos horas convierte un viaje en imposible. Nadie sabe cómo recargar los coches de quienes viven en barrios de edificios altos, tan habituales en España. Más preocupante para el medio ambiente: no está solucionado el problema del reciclaje de las baterías usadas y, muy grave, las materias primas para fabricarlas están abrumadoramente controladas por China. Curiosamente, hay una excepción en esta situación: Toyota, que acaba de presentar sus resultados económicos, absolutamente brillantes. Toyota es la pionera en los coches híbridos, de manera que no es sospechosa de ser antiecologista, pero, debido a la postura de su máximo ejecutivo, Kiichiro Toyoda, la compañía no apuesta todo al coche eléctrico, de cuyo futuro manifiesta tener serias dudas. Por eso mantiene abierta su apuesta por alternativas: trabaja con el coche a hidrógeno, con el de amoníaco y presentó hace apenas unos días un coche que va con agua, la cual el propio vehículo descompone para usar su hidrógeno.
Esta es la situación: la moneda está en el aire y nadie sabe de qué lado caerá. Lo único seguro es que el coche tradicional morirá, que la electricidad no es adecuada para los camiones y que hoy por hoy China está emergiendo con un poder descomunal en el mercado del coche eléctrico, con productos mejores y, sobre todo, más baratos. Y también sorprende que los gobiernos, muy especialmente la Unión Europea, vuelvan a intervenir en los mercados con apriorismos que no parecen concordar con la realidad. Sin olvidar la tontería de Baleares, que ha prohibido la venta de coches diesel de aquí a un año.

El cambio ocurrirá, pero el intervencionismo público puede darnos un resultado exactamente contrario al buscado.