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No es que tenga ningún interés en hablar de la amnistía. No es mi intención. Lo que pasa es que a veces ocurre que cuando te ponen delante algo a todas horas, la inercia te lleva y no puedes evitar abrir la boca. Además, como se trata de algo que se está eternizando, pues ya me dirán de qué otra cosa se puede hablar. De la amnistía. Desayuno, comida y cena. En todo este tiempo hemos pasado ya por diferentes etapas. Ahora sí, ahora no. Y, en serio, nunca me habría imaginado que lo de la amnistía se iba a convertir en una cuestión de vida o muerte para una gran parte de la población. Luego vino lo del terrorismo catalán. Nos han dado una lección de terrorismo que nos ha dejado atontados. El líder del PP dijo que durante lo de Tsunami se vivieron momentos de auténtico terror. No diré que no. Pero me parece que a este hombre se le fue un poco el lenguaje y que por eso cometió un error de apreciación. ¿Es terrorismo lo que se vive en muchos hogares o en no pocos colegios, por ejemplo? ¿Calificaría él de terrorismo el maltrato o el acoso? ¿Es terrorismo perjudicar al prójimo? ¿Insultarlo? ¿Vejarlo? ¿Humillarlo? Entonces todos somos unos terroristas como la copa de un pino. Y el terrorismo, nuestra forma de vida por naturaleza. Pero, por favor, que Dios me libre de querer parecer una predicadora. Nada me parece más aborrecible desde que vi a Burt Lancaster en El fuego y la palabra allá por mi adolescencia. Teniendo en cuenta cómo han seguido los acontecimientos -una comedia del absurdo se quedaría corta-, y asociando el fenómeno a la posibilidad de que un nuevo síndrome se haya apropiado del Congreso -los síndromes lo contaminan todo-, sólo me queda suponer que si la amnistía esta siendo zarandeada es a causa del muy catalán síndrome de L’estaca: Si tú la estiras por aquí y yo la estiro por allá, la carcoma la romperá.