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En la reunión del Foro Económico Mundial del año pasado, que se celebra anualmente en la ciudad suiza de Davos, se definió el momento como de multicrisis, un calificativo tremendamente expresivo y gráfico. Quizás, simplemente, era un eufemismo para decir que el modelo neoliberal tradicional estaba haciendo implosión. En la edición de este año, hace apenas unas semanas, Christine Lagarde, la presidenta del BCE, de manera un tanto enigmática, definía la situación actual como que «empezamos a ver una normalización, pero hacia algo que no será la normalidad. Pasaremos de normalización a no normalidad». André Breton, en el primer manifiesto del surrealismo (1924), apenas cinco años antes de la Gran Depresión, decía «no comprendo por qué ni cómo vivo, cómo es que todavía vivo y, con mayor motivo, qué es lo que vivo». Definitivamente, Davos ha entrado en una nueva dimensión desconocida. No extraña, pues, que en este ambiente cabalístico se prestara especial atención a la IA. De hecho, una de las participaciones más esperadas era la del cofundador de Open AI, Sam Altman, que vino a confirmar que se trata de «una tecnología muy poderosa», algo que todo el mundo ya sabía. No estuvo a la altura de las expectativas, proyecto más sombras que luz sobre el tema, al reconocer que no sabía, ni podía, «decir con certeza exactamente aquello que va a pasar». Apenas habían transcurrido unos días cuando Elon Musk anunció que su compañía Neuralink había conseguido implantar con éxito uno de sus chips cerebrales en una persona. Contemplamos como la humanidad viaja, como la Alicia de Lewis Carroll, hacia un país desconocido, aunque probablemente no tan maravilloso.

La realidad de la desigualdad social máxima y la concentración de la riqueza en pocas manos, producto del sistema neoliberal, no entraron por la puerta principal de la reunión, sino por una ventana abierta mediante una carta, titulada «Orgullosos de pagar más», firmada por más de 250 multimillonarios y millonarios de 17 países del planeta (ninguno de España) condenando la desigualdad y solicitando una mayor carga fiscal para los más ricos. No es la primera vez que surgen voces desde sectores del poder económico en este sentido. En EEUU existe la organización Patriotic Millionaires, creada en 2010 por millonarios preocupados por la estabilidad social y económica y en contra de las políticas de austeridad. Recordemos que el momento de mayor estabilidad y progreso mundial, promovido por los Acuerdos de Bretton Woods, tenía una de sus bases en la fiscalidad progresiva y la fuerte contribución de los más ricos.

Puede que muchos de los asistentes a Davos piensen que aumentar la fiscalidad a los ricos sería volver atrás, hacia el momento socialdemócrata de mediados del siglo XX, apuntar hacia un nuevo keynesianismo, cuando ellos lo que quieren es salvar y prolongar el momento neoliberal. Pero estamos en la «normalización de la no normalidad», donde las reglas son nuevas, aunque al común de los mortales siempre nos debería quedar el sufragio universal para decidir. El París democrático. Puede que nos hallemos en el recodo de la madriguera en qué Alicia empieza a caer por el pozo, sin saber donde irá a parar. Si algo caracteriza el poder que se reúne en Davos es que el ritmo lo marcan las grandes corporaciones, que hablan de tú a tú con los gobiernos y con el resto de las instituciones financieras. Financian empresas y sectores (aunque este sea el armamentístico) sin intervenir directamente en la gestión, simplemente recogen beneficios. Lo vemos en la industria turística, no hace falta ir lejos, también en las hazañas bélicas. Es el modus operandi característico del capitalismo tardío, una versión actualizada del capitalismo sin rostro. Ya que estamos en el año del centenario de Lenin, una «fase superior». Recordemos lo que decía Lenin del asunto: «Se pueden y se deben, naturalmente, impugnar los monopolios e instituciones similares, ya que es indudable que empeoran la situación del trabajador». Recordar no es pecado.