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Un juez se empeña en ver terrorismo en un aeropuerto porque le dio un infarto a un turista. Una pelea de bar en Alsasua, cantantes raperos, titiriteros, independentistas y activistas medioambientales son hoy «terrorismo». Nunca se abusó tanto de esa acusación. Lean el artículo 573 del Código Penal español y comprobarán lo fácil que es ser terrorista.
Cuentan que cierto rey quiso juzgar a un pirata que asolaba sus costas. El pirata le replicó: «Yo tengo un pequeño barco, por eso me llaman pirata; tú tienes toda una flota, por eso te llaman rey». El terror es relativo, y parece dejar de ser terror cuando lo ejerce el poder. Golpes de estado orquestados por grandes potencias, guerras y bombardeos, represión y torturas son terrorismo estatal. Valga de ejemplo: Si es por generar terror, el ejército israelí, cuantitativamente, es y ha sido más terrorista que Hamás. Llamarle terrorismo a la resistencia palestina es como llamarles terroristas a los guerrilleros que lucharon contra el invasor francés en 1808, a los vietnamitas en los años 60 o a la resistencia antifranquista (pero, al parecer, la Contra nicaragüense, los talibanes de Afganistán y las torturas y desapariciones de Pinochet y Videla, todos ellos apadrinados por EEUU, no eran terrorismo).
El terrorismo es la guerra de los pobres. El terrorismo de unos es patriotismo para otros. El abuso del término ofusca el necesario entendimiento de los conflictos. Resulta un concepto equívoco y gastado. Desde la politología, Lisa Stampnitzky señala que se usa como mera etiqueta de aprobación o rechazo moral a la violencia. Podemos añadir que sirve, machaconamente, para insultar y descalificar al adversario, casi siempre desde la derecha política.
La doble vara de medir y el uso interesado han inutilizado el concepto. Si de verdad aspiramos a una vida libre de terror, resultará mucho más fecundo hablar de violencia política, abordarla sin prejuicios y contemplar todos sus tipos y causas, así como enfocar la cuestión desde la ciencia social y no desde la visceralidad emocional y el interés sectario. La búsqueda de la verdadera paz merece y necesita que vayamos abandonando de una vez el uso de la dichosa y manida palabrita.