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Los senadores en España gozan de una retribución que, para la mayoría de nosotros, es más que jugosa, especialmente si tenemos en cuenta su horario, responsabilidades y esfuerzo. Incluso los que no tienen ninguno de los muchos complementos que contempla la institución, están bien pagados. Por eso choca que en solo un mes y medio –desde que se constituyó la Cámara Alta hasta finales de septiembre del año pasado–, sus señorías se han gastado más de cuatrocientos mil euros en viajes. Hay que puntualizar que no son viajes de carácter privado, sino propios de su cargo. Algo difícil de creer si nos atenemos a la labor política de estos individuos. Son más de doscientos cincuenta y si todos viajaran para cumplimentar asuntos relacionados con su ocupación, los veríamos a diario en la prensa haciendo esto o lo otro. Y no es así. De hecho, apenas sí tenemos noticias del Senado que, en la mente de la mayor parte de los españoles, es una entelequia. Así que ahí tenemos a 266 señores y señoras dándose la gran vida no solo a costa nuestra en cuanto a su salario, sino también para que les paguemos las copas (es un decir). Siempre me ha llamado la atención ese afán de viajar gratis que tienen todos los catetos. Antiguamente, les llamábamos muertos de hambre a esos que quieren hacer cosas de ricos sin gastar un duro. Para mí, y creo que para cualquier persona medianamente cabal, alguien que tiene un buen sueldo debe pagar de su bolsillo sus caprichos y, además, estar encantado de poder hacerlo. Rapiñar de aquí y de allá –aquello que hacían antes los militares, de poner a la tropa a pintarles la casa– es muy cutre y un síntoma evidente de tener muy poca clase. Aunque seas senador y eso parezca algo importante.