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En estos últimos años, uno de los instrumentos que ha ido ganando más presencia entre los músicos callejeros de Palma ha sido el acordeón, quizás junto también con el clarinete, así que si uno cierra los ojos por unos instantes cuando sale a pasear por algunos espacios emblemáticos del casco antiguo de Ciutat, puede imaginarse que en ese momento está en realidad en París, ese mismo París que mostró tantas veces con sumo encanto el gran cineasta francés François Truffaut, por ejemplo en Los cuatrocientos golpes o en Besos robados. Y luego, cuando uno abre de nuevo los ojos y observa los edificios y los palacios que tiene ante sí, puede seguir imaginando igualmente que se encuentra tal vez en la ciudad de la luz. Así, a los sones de canciones como La vie en rose o Que reste-t-il de nos amours?, bellísimas y profundamente melancólicas, uno puede fantasear con otra vida posible a unos mil kilómetros de distancia cuando ve en Palma las tiendas de lujo, los cafés con sabor literario, los pintores y artistas bohemios, alguna femme fatale elegantísima y calzada sobre unos altísimos tacones de aguja, los pequeños comercios llenos de cosas sorprendentes o curiosas, los monumentos plenos de historia y de algún secreto, y también, reconozcámoslo, algún que otro atasco y un poco de estrés. Y todo ello mientras seguimos escuchando la música delicada de algún acordeón o de algún clarinete, o mientras pensamos, quizás, en qué queda hoy de nuestros amores o en si la vida es tal vez en rosa, como cantaban los irrepetibles Charles Trenet y Edith Piaf.