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La última memez del sanchismo (antes PSOE), progresista y ñoño, es la de incorporar el «sentido socioafectivo» a la enseñanza de las Matemáticas con el fin de que su aprendizaje «no genere ansiedad en los alumnos». Es la respuesta del Gobierno a los desastrosos resultados del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes, PISA por sus siglas en ingles, los peores de toda la serie histórica en matemáticas y comprensión lectora.

Durante la convención - mitin en Galicia del pasado fin de semana, Sánchez anunciaba un plan de refuerzo de esas materias con una dotación de 500 millones de euros que los expertos califican de insuficiente; los desdoblamientos y clases de refuerzo que supuestamente han de incorporarse al sistema público de enseñanza requerirían ocho veces esa cantidad. El apaño, que figurará en los Presupuestos del Estado, tal como anunciaba el jueves el presidente al Consejo Escolar, constata el fracaso de la legislación sanchista, fundamentada en las corrientes emotivistas, resultado de la visión ideologizada de la enseñanza, cuyo objetivo es envolver al estudiante entre algodones y evitarle algún esfuerzo para aprender, que por otra parte se percibe innecesario dado que se puede avanzar de curso sin prestar atención a si se aprueban o suspenden las asignaturas. No se fueran a traumatizar las nuevas generaciones. En una conversación privada, un profesional de la enseñanza comentaba, acerca del sistema, que tal parece que los estudiantes vienen a prepararse para la queja, a convertirse en víctimas, en razón de lo que reclaman derechos y abominan de deberes. El sabio Fernando Savater, en la ronda de entrevistas concedidas a raíz de la publicación de su último libro, Carne gobernada (Ariel, 2024), y sobre todo de su despido de El País por crítico con Pedro Sánchez, ha dicho que «el victimismo es santo y seña del movimiento woke (despierto) que se expande por universidades del mundo». Una ola, esta sí reaccionaria, que desemboca en la cancelación, la censura y una nueva inquisición de izquierdas.

El sanchismo ha consagrado el principio de la igualación… por abajo, opuesto a la idea de hincar codos, en todos los órdenes de la vida, para obtener resultados y el merecimiento correspondiente. Entre aquel pasado de la letra con sangre entra y la cursilada de las matemáticas afectivas ha de existir una aurea mediocritas, el dorado término medio entre los extremos que Platón identificaba con la justicia y Aristóteles con la virtud. Un punto medio en el que exigencia, trabajo, mérito no sean ajenos al desafío de aprender. Y de enseñar. Sin embargo, «la triste realidad es que el ser humano tiene aversión al punto medio y se regodea en los extremos perniciosos: bueno o malo, conmigo o contra mí» (Isla Negra, Toni Montserrat, Plaza y Janés 2023).

Pero ni la afectividad aplicada a las matemáticas, ni la campaña de las elecciones gallegas, con anuncio de construcción de barcos de por medio, consiguen desviar la atención de los pactos siniestros de Sánchez con el separatismo que incluso Page ya se atreve a reprocharle en público. Puigdemont incorpora a la ley de amnistía el terrorismo, de nueva y vergonzante definición para Sánchez. Si se lo propone, evitará la mamarrachada socio afectiva. Puigdemont manda mucho.