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Hace ahora cincuenta años se estrenó El Padrino II, una película que trituró de golpe dos mitos: las segundas partes sí podían ser buenas y el libro no siempre era mejor que la cinta (aunque fuera de Mario Puzo). La secuela de la obra de arte de Francis Ford Coppola sobrevivió a la ausencia de Marlon Brando, algo que parecía imposible, y encumbró hasta nuestros días a dos monstruos de la escena: Al Pacino y Robert de Niro. Por este orden. Un Michael Corleone diabólico y un Vito Corleone ambicioso. Una familia encantadora, vamos. El director, en 1972, había sudado sangre para rodar la primera parte, por la que nadie daba un duro. La banda sonora de Nino Rota -la mejor de la historia- y la genial interpretación de Brando, con aquella prótesis dental que le confería un aspecto de bulldog, obraron el milagro. James Caan (el hermanísimo Sonny), John Cazale (el apocado Fredo) y sobre todo Robert Duval (Il consiglieri Tom Hagen), elevaron el film a la categoría de leyenda, así que la segunda parte pintaba fea. ¿Cómo igualar la joya original? Pero en El Padrino II funcionó todo. Hasta Talia Shire, la actriz que era hermana de Coppola y que en el papel de esposa de Rocky Balboa era tan expresiva como un pepino. Cosas de la vida, Mario Puzo, ludópata empedernido, había escrito la saga de los Corleone para pagar sus deudas de juego. Como Dostoievski con El jugador. Y una anécdota: Coppola y Puzo, entre escena y escena, se ausentaban misteriosamente del rodaje para jugar unas partidas en los casinos de Reno. Que por muy obra de arte que fuera, no todo podía ser trabajo.