TW
0

Vicios, lo que se dice vicios, yo diría que tengo muy pocos, y además casi todos más o menos confesables. Casi todos, ya digo. Entre mis vicios más consolidados se encontraban, hasta hace muy poco, leer diarios, ver películas y comer chocolate, que además tenían la ventaja de que no requerían demasiado esfuerzo físico para poder ser practicados. Otra circunstancia que yo valoraba muy positivamente era que esos tres vicios podían llevarse a cabo sin salir de nuestra querida Palma, algo que los espíritus poco viajeros agradecíamos de una forma muy especial. Como ven, estoy hablando hoy casi continuamente en pasado, pues el incremento constante de la inflación a lo largo de los dos últimos años me ha obligado a tener que ahorrar en todo, también por lo que se refiere a aquellos pequeños pecados veniales. Así, ahora ya no compro tantos diarios como antes ni voy al cine con la misma frecuencia con que lo hacía, del mismo modo que he tenido que renunciar a mi antigua dosis diaria de chocolate. Seguramente, esto último haya sido lo más duro y doloroso para mí, porque la verdad es que consumía chocolate como quien bebe agua. También lo comía cuando no estaba inspirado o tenía ansiedad, o cuando me sentía triste o falto de afecto. Y enseguida me encontraba siempre mucho mejor. Quizás por ello ayer volví a pecar y lo hice además a lo grande, comiéndome una tableta de chocolate entera. Sé que no hice bien, lo reconozco, pero también es verdad que, ay, ya decía el maestro Oscar Wilde que «la mejor manera de librarse de una tentación es caer plenamente en ella».