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En el umbral de las fiestas que, en mi pueblo y en algunos otros, se celebran desde tiempo inmemorial dedicadas a sant Antoni Abat, brota un clamor, no muy grande –todo sea dicho– que no proviene del cielo: el gran protagonista de los festejos ha pasado a ser el Dimoni en sus diversas representaciones, mientras que el santo eremita de las longas barbas se ha convertido en un personaje secundario.
No podemos achacar eso al proceso de secularización que vive nuestra sociedad, puesto que la figura del diablo entra de lleno en el ámbito espiritual. Es –al menos teóricamente– el reverso de la santidad, el Ángel caído por haberse atrevido a desafiar a su Creador. Los días que vamos a vivir son tan religiosamente eclécticos que, al menos en sa Pobla, los discípulos de Satanás merodean las puertas del templo en la celebración de las Completes del santo. Son las ‘estrellas’ de la fiesta y a casi todo el mundo le parece bien. Incluso algunos acceden al interior de la iglesia en actos previos impuestos por la modernidad imperante.
La actualidad santantoniana tiene un cierto paralelismo en el escenario de la surrealista política actual. Los dos grandes partidos –Partido Popular y PSOE, por orden de preferencia de los votantes– deben ‘rendir culto’ a los ‘demonios’ que necesitan para conformar una mayoría estable. Aquí, en Balears, la opinión publicada –que no la pública– quiso destacar con profusión de cohetería la ‘sumisión’ de los populares a los de Vox. «Son rehenes de la extrema derecha», escribían audaces redactores/as en su afán de menoscabar al actual Govern balear.
Ahora, presta ya la leña para encender los foguerons, resulta que Pedro Sánchez ha tenido que adorar al ‘diablo’ Carles Puigdemont para poder aprobar unos decretos ómnibus que, de no salir adelante, hubiesen mellado grandemente la estabilidad del Ejecutivo central. Lo que pasa es que algunos se recrean en las servidumbres que deben padecer aquellos a los que quisieran ver comiendo polvorones en el desierto mientras pasan de puntillas cuando sus amigos andan con la boca llena de arena, medio ahogados.
La parábola es sencilla y podría resultar ilustrativa y aleccionadora para quien tuviera o tuviese la honestidad de asumirla. Todos tenemos diablo merodeadores y todos debemos aceptar que están ahí. Así que, menos lobos.