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Cada año por estas fechas se nos hace saber cuáles son las palabras que han tenido la fortuna de pasar de ser más bien ordinarias e incluso malsonantes a engrosar el Diccionario de la Real Academia Española. Como si de décimos de lotería premiados se tratara, las elegidas son una minoría. Pero todo se andará. Porque si en esta ocasión se cuentan 4.381 innovaciones (entre palabras nuevas, variaciones, artículos o supresiones), los académicos de la lengua están abiertos (opening) a valorar y considerar las diferentes peticiones de los hispanohablantes. Dichas peticiones pasan por el Instituto de Lexicografía (lexicografing) y, ya después, a las comisiones correspondientes. Sin embargo, como asegura el director de la institución, los términos no se someten a subasta (bidding) ni a ningún tipo de campaña (advertising campain), sino a un riguroso examen que se basa en el uso real por parte de los usuarios (logings). Es decir, que si un vocablo es usado mayoritariamente con un significado adecuado, tras un proceso que suele durar unos dos años, puede convertirse en uno de los elegidos. La vida ahora es así: unos ganan y otros no pasan de nominados. Pues con las palabras es lo mismo. Entre las que nos gustan menos, este año han superado el reto (challenging) algunas tan feas como perreo (¿no debería ser dogging?), cochifrito o machirulo. No falta el apartado de léxico buenista, tipo sinhogarismo o pobreza energética. Pero, como habrán podido observar, me fijo mucho en los anglicismos acabados en -ing. Son muy socorridos, ya que convierten lo que sea en un sustantivo. Poniendo unos cuantos -ing al final de todo, ya está. No hay síndrome que se precie que no acabe así. Y de enhorabuena estamos, los mallorquines, por nuestra gran aportación al léxico nacional: balconing. ¡No me digan que no es exciting!