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El año pasado celebramos, con una excelente exposición en la Misericordia y organizada por Rafel Morro y Pere Fullana, los 125 de la reglamentación del ciclismo en Baleares; es decir, la conmemoración de lo que sería la semilla de la Federación Balear de Ciclismo, no del ciclismo en sí. Recientemente, la editorial Alhenamedia, que dirige Francisco Bargiela, publicó una guía (101 monumentos que tus hijos, tal vez, no verán) en la que se recoge un centenar elementos del patrimonio cultural y natural español que se encuentran en la Lista Roja de Hispania Nostra porque están abandonados, en mal estado o a punto de desaparecer.

Estos 101 monumentos, seleccionados por Raquel Álvarez Valdeita, son solo un pequeño ejemplo y la idea es visitar y concienciarnos de lo que deberíamos proteger. Haylos de todas las autonomías españolas, a modo de ejemplo: el molino de mareas del río Arillo (Andalucía), la iglesia de San Juan Evangelista (Aragón), el conjunto arqueológico de Zonzamas (Canarias), la ermita de San Juan de Socueva (Cantabria), las huertas del barranco de la Barbulla (Comunidad Valenciana), el Parque Enciclopédico del Pasatiempo (Galicia)… y en el caso de Baleares, la guía recoge un solo monumento: el velódromo del Tirador que comenzó a construirse en 1898, se inauguró en 1903 y es una muestra fósil, que deberíamos restaurar, de los años de esplendor del ciclismo en Mallorca hasta el punto que estuvo a punto de acoger en 1915 el campeonato del mundo de ciclismo que no se celebró por falta de dinero y por la Primera Guerra Mundial. Robert Graves, el gran escritor afincado en Deià, escribió: «Los españoles saben montar en bicicleta; son héroes de las carreras ciclistas, y la mortandad entre los más destacados de la profesión es bastante más alta que entre los toreros».

Lo fácil que resultaba caerse y astillarse las costillas era uno de los inconvenientes consubstanciales a los primeros velocípedos. Las caídas son uno de los episodios más entretenidos y a la vez más luctuosos del ciclismo balear. Las hubo irrisorias pero otras fueron trágicas y cortaron vidas como le ocurrió a Francisco Alomar en Orense o a Pou en un velódromo tan peligroso y suicida como fue, a ciertas velocidades máximas, el del Tirador. En la vida cotidiana, a principios del siglo XX, las bicicletas (como los patinetes hoy) eran un verdadero problema. En la prensa de entonces se leía «es escandaloso lo que sucede con los ciclistas de esta localidad, las tardes de los domingos atraviesan Palma a mucha velocidad, atropellando a los transeúntes; convendría que el señor alcalde les llamara al orden».

La vida de los ciclistas también era muy complicada, un ejemplo es lo que nos contó Francisco García (El Tanque): «Estuve en la posguerra una semana corriendo en Cataluña, en una de las pruebas el premio era una oveja. Vencí y me llevé la oveja… pero esta, ágil, se escapó y ya nos ves a todos los mallorquines (Canals, Ribas, Flaquer) buscándola… al final la enganchamos y con ella hicimos una fiesta a la que se añadieron soldados mallorquines que estaban haciendo la mili por allí».