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Hasta ahora, Sánchez, ha tenido un discurso para consumo interno próximo al Grupo de Puebla, bolivariano, de tal forma que ha conseguido la absorción de Podemos a la vez que le ha dado un escobazo a los restos del Partido Comunista. Todos han confluido en la casa común del sanchismo, que adopta dos caras: Sumar, una extensión controlada con todo lo que hay más a la izquierda, para que no se escape ningún grupúsculo de la zurda radical, y el Partido Sanchista, de soltero PSOE. Para la Unión Europea y los EEUU, sin embargo, ha empleado una prédica socialdemócrata de corte europeo, que le permitía mostrarse adalid de la OTAN si las circunstancias lo exigían, como en la ayuda a Ucrania.

Pero ha quedado en evidencia en el Parlamento Europeo, donde ha sacado la patita y dejado al descubierto su verdadero instinto frentista, poniendo los pelos de punta a sus colegas europeos de la misma bancada. Hasta hora le habían visto como paladín en la defensa de la pureza del espíritu democrático de la Unión, con sus denuncias a Hungría y Polonia, vigilando de cerca a Giorgia Meloni, demandando el apoyo de Bruselas para frenar el separatismo autóctono y la extradición del proscrito Puigdemont. Ahora han podido presenciar su triple salto mortal con caída a la piscina del bando contrario. Se le ve de hinojos, arrastrándose por el barro de la impudicia, aceptando la imposición de una amnistía para todos aquellos que se levantaron contra el Estado de Derecho, sin otra contrapartida que no sean los siete votos que le faltan para gobernar. Los eurodiputados se frotan los ojos al verlo entrevistándose, fuera de España y con verificadores extranjeros, con los sediciosos huidos de la Justicia, haciéndoles concesiones a todas luces inconstitucionales e injustas y aliándose con Otegi, otrora repudiado terrorista, al que hoy se considera líder de un partido democrático y progresista.

Por si no tenían bastante, Sánchez llevó a Estrasburgo un discurso que muy bien podría habérselo escrito el zafio sobrero de Valladolid, para lanzárselo a la cabeza de Manfred Weber, el alemán portavoz del Grupo Popular. Sin haberle oído hablar, solo por haberse interesado por el Estado de Derecho en España, le espetó que si su plan es devolverle a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich, como había hecho la derecha y la ultraderecha en España con el franquismo. Aparte de ser una vil mentira eso, para un alemán, es mentar a la bicha.

La misma estrategia que en España: destruye los consensos de la Transición, pretende establecer un régimen en que la derecha no pueda alcanzar el poder y lo hace atropellando la Constitución, recurriendo a la corrupción intelectual y moral. En Estrasburgo ha dinamitado los principios que permitieron la construcción de la Unión, ha querido introducir el frentismo.

Al menos ha servido para que en Bruselas se les hayan abierto los ojos a algunos que parecían dormitar, ante un personaje tan flamenco.