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Otro artículo, otra Navidad, otro año. Si dos cosas son certeras son el paso del tiempo y la universal e incuestionable consecuencia que ello conlleva. Por ello, tal vez, hemos celebrado y vivido estos días desde una fe y esperanza que no deberían ser propias y exclusivas de quienes todavía abrazamos la que fuera la religión más extendida de nuestra sociedad. Realmente son tiempos para no celebrar absolutamente nada, entre guerras, dolor, violencia, rencores del pasado y un sinfín de maldades que no recito. Si lo hacemos, así debe ser, es por una mera razón de supervivencia. No queda más remedio, no podemos doblegarnos ante el pesimismo y solo ver todo -tanto- aquello que nos avergüenza y entristece. Aunque no deberíamos desaprovechar estos días en los que nos faltan tantos seres queridos para entender la dimensión del teatro en el que estamos inmersos y plantearnos la posibilidad de cambiar, al menos, nuestro entorno más cercano. Creo en los días y por lo tanto, no me hago ningún propósito. Tan solo ratifico que es mejor estar solo o apartarse cuando las circunstancias lo aconsejan y que si nos encontramos con terceros es para ser una buena influencia, algo positivo. Ese mensaje es el que debería imperar en nuestra política y en nuestra convivencia. Aunque algunos pensadores cuestionan el colectivismo en cualquiera de sus formas yo sigo opinando que es fundamental esa proyección que busca a los otros para la realización interior. En ello fallamos constantemente y siempre aprovechamos estas épocas para intentar diseñar el mejor yo de cada uno. Aunque sirva de poco y se asemeje a los presupuestos recientemente aprobados y que no son más que un papel o una proclama que ha servido para activar nuevamente la murga política. A los presupuestos -como a la vida que nos pasa- le pedimos acción y resultados. Lo que queremos, precisamente, es que el dinero de todos sirva al bien común y lo propicie. Califico el debate de lo correcto o lo bueno frente a lo que no como un ejercicio de dogma que nos desvía el principal cometido: el interés general. Es cierto que darle forma es sumamente complejo, pero en lo incuestionable solo debe caber la unidad y consenso. Volvamos a una política que atienda verdaderamente a la ciudadanía, desvinculada del oportunismo de las siglas políticas. Un buen propósito es salirse de ese juego y de ese apasionamiento que la envilece para de una manera crítica y siempre receptiva podamos aplaudir o criticar aquellas medidas que ahora se anuncian para el 2024. Todo lo que ocurra desde ahora en adelante tiene el doble de transcendencia y mucho más cuando la población balear está desbordada y rabiosa. La Navidad y los santos patrones que nos acompañarán en enero son buenos catalizadores para la introspección y también para el encuentro con otros. Identificarnos en lo que celebramos nos une y nos ayuda a entender mejor la vida. Ojalá 2024 esté plagado de encuentros. Bon any i molta salut!