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La dictadura llevaba implícita la censura. No se podía hablar de Franco ni de su círculo familiar. El escándalo amoroso del cuñado Serrano Súñer ni se intuyó. Juan Carlos I heredó esa prebenda. Aunque nada impedía hablar de sus correrías y de sus primeros negocios, nadie lo hacía. Estas cosas se silenciaban para no perjudicar al nuevo régimen que estaba amenazado por golpistas y terroristas. Eso cambió mucho más tarde, cuando llegaron Corinna y sus cacerías. Entonces todo saltó por los aires y se reveló la historia nunca contada del Rey. Salieron amantes y se publicaron comisiones multimillonarias pagadas por empresas del IBEX para conseguir contratos en el extranjero. Don Juan Carlos abdicó. Jueces y fiscales acudieron a su rescate, y aún así se vio forzado a vivir en el extranjero.

Ahora, el periodista Jaime Peñafiel y el empresario Jaime del Burgo sacan un presunto escándalo amoroso de la reina Letizia. Tal vez creían que los medios se volcarían en esa historia de cuernos y desamores, pero no, porque ahora hay un respeto por la intimidad de las personas. Sin embargo, escándalos similares de la familia real británica sí que se airean en el mundo entero. Incluso se hacen series muy exitosas de TV como la inverosímil The Windsors o la laureada The Crown.

Así que diarios ingleses tan conservadores como el Times nos la devuelven: cuando estas cosas se comentan, ya sea en Buckingham o en Zarzuela, se publican a lo grande. Y es que allí devoran a los personajes públicos que engañan, como Lord Archer, o que no son ejemplares, como el príncipe Andrés. Es la esencia del puritanismo anglicano.