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Si vemos los informativos televisivos de estos días, escuchamos la radio o leemos la prensa, nos da la sensación de que se ha cometido una tropelía antidemocrática en Pamplona. Los líderes de esa versión pepera navarra que es UPN han supurado toda clase de venenos por cada poro de su piel y no dejan de hablar de «entregar» la Alcaldía al fascismo filoetarra. Yo entiendo que para cualquier político perder la poltrona y, sobre todo, el acceso al dinero y al poder, debe de ser un golpe duro. Pero presuponemos que todos los que se dedican a esos menesteres conocen bien las reglas del juego democrático y sobre ese tablero solo sirve una cosa: la mayoría.

Echemos pues un vistacillo a los resultados electorales de los pamploneses el pasado mes de mayo. El 30,3 por ciento apoyó a UPN, que obtuvo nueve concejales, cuando la mayoría absoluta en el municipio es de catorce. Vaya, vaya, se ve que no son tantos los pamplonicas que querían que los de la derechona de toda la vida –poca gente hay más de derechas que las derechas navarras– gobernasen la ciudad. Porque por detrás estuvieron los ciudadanos que eligieron a EH Bildu, con el 27,4 por ciento y ocho concejales. Así que la «atrocidad» del PSOE (15,6 %) de pactar con los abertzales para alcanzar la vara de mando no parece tan inexplicable. Más si tenemos en cuenta que la unión de todos los partidos de derechas no llegan al cuarenta por ciento de los votos (38,7) y la suma de todos los izquierdosos casi alcanza el sesenta (55,8). Navarra es una tierra de contrastes. Media población se considera vascófila y la otra mitad mira más hacia España. Parece que en cuanto a ideologías, la mayoría prefiere el progreso al conservadurismo. Y eso, en democracia, hay que respetarlo.