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Cuando alguien cree haber inventado una palabreja resultona, como por ejemplo ‘psicomáquina’, a fin de expresar algún concepto que considera novedoso (la dictadura global de los algoritmos, o la eclosión de la inteligencia artificial), conviene que antes de gritar ¡Eureka! consulte en Google, no vaya a ser que tan acertado neologismo ya esté inventado hace tiempo, y no por otro espabilado sino por medio millón de espabilados. Con el término ‘psicomáquina’, de rabiosa actualidad, no me hizo falta, pues ya sabía por mis vastas lecturas absurdas que el escritor ruso de ciencia ficción Víctor Goncharov, en 1924, había publicado una novela titulada precisamente así: Psicomáquina. En ella, un complejo artefacto con múltiples engranajes, botones, palancas y lucecitas de colores, acumulaba energía psíquica procedente de toda la humanidad, y luego la redirigía aquí o allá a conveniencia, extendiendo así el terror mental y generando psicosis masivas. Como la AI, efectivamente, que al estar igualmente basada en cálculos psicomatemáticos (otra palabreja, ‘psicomatemáticas’, que brindo a la RAE, muy aficionada a estas chorradas), pronto será indiscutible, y nos la encontraremos hasta en las costuras de la ropa interior. Por si esto fuera poco, les supongo enterados del gran debate del momento, sobre si los móviles deben dejarse al alcance de los niños, y si conviene prohibirlos hasta los 14 años, o hasta los 16, y en qué condiciones, puesto que además de una muy severa adicción, perjudican mucho la salud mental, la intelectual y la moral por extensión. Ah, si ese tal Goncharov hubiera imaginado que, exactamente un siglo después, su aparatosa psicomáquina de una tonelada, pero en versión de bolsillo, sería un teléfono móvil. Que si no es aconsejable para los niños, por qué para los adultos. Debate sin sentido, como casi todos los del momento, porque si estas máquinas ya nos han absorbido toda la energía psíquica, y la que no utilizan para desarrollar la AI, toda mezclada como una papilla, sirve para comerciar con ella, debatir es inútil. Serán las propias psicomáquinas las que lo estarían debatiendo. No se me ha ocurrido a mí. Se le ocurrió a un soviético hace un siglo.