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En España se nota bien la inflación cuando uno va al supermercado y no digamos en Argentina. Otra suerte tuvimos los españoles que nacimos en los sesenta (cuando no había cambio climático, ni inflación y había agricultura e industria). Generalizando (creo que lo que digo es verdad o me pareció vivirlo) hemos tenido hasta casi ahorita una andadura suave, con una excelente sanidad pública y un estado de bienestar más que potable, incluso el lujo de épocas de mucha creatividad verdadera (no impostada) y tolerancia social, como la famosa Movida, y unos padres (Pedro Antonio y Tomasa) que tuvieron que hacer muchos esfuerzos para sacarnos adelante, con perseverancia e imaginación máxima. A contrarias, veo yo, que ahora estamos en un mundo más que revuelto y pocos pensaban que de sopetón las tecnología, la escala de valores y la educación iba a cambiar de una forma tan tajante, radical, absoluta nuestras vidas, para ir, sin duda, a unos caminos muy inciertos.

Y precisamente fue un cambio asombroso el que se encontró de sopetón el gran periodista y escritor Josep Pla cuando siendo joven se fue a la República de Weimar (Alemania, 1923) y envió 88 crónicas excelsas al periódico La Publicitat (Barcelona) llenas de detalles y de observaciones perspicaces sobre la vida teutona y su principal problema de entonces: una hiperinflación inmensa por la que la cosa más nimia costaban millones de marcos hasta el punto que salía más barato empapelar la casa con papel moneda que con papel de decoración. Pla, cuando vio todas estas cosas, se quedó flipando en colores: por una peseta le daban millones de francos y al día siguiente le daban el doble o el triple. Demasiados billetes en la mano para no poder comprar casi nada. Si pensaba gastar dos pesetas para poder estar en la pensión dos semanas, se encontraba al día siguiente que esas dos semanas le costaban la mitad. «Conformarte con ir a casa a reducir la cena. Esto naturalmente no es nada agradable», escribió nuestro Pla que años después de pasar por Berlín vendría a Mallorca, y donde comió muy bien y se lo paso de maravilla yendo a ver a don Camilo y a sus canarios.

Estas crónicas teutonas de Pla han sido agavilladas y editadas por Xavier Pla (director de la cátedra Josep Pla de la Universitat de Girona, gran amigo de la literatura mallorquina) con un prólogo de Josep M. Fradera y publicadas por Destino bajo el título La inflación, crónicas de 1923-24 (415 páginas). Un libro muy actual, lleno de empirismo, escepticismo y chocarronería que hay que disfrutar, especialmente en estos tiempos en el que el analfabetismo funcional lo anega casi todo y no hay intelectuales como Pla, ni parecidos. Por otra parte fue testigo Pla en Berlín como una sociedad tan rica como había sido Alemania antes del Tratado de Versalles se desmoronaba como un castillo de naipes: aviso a navegantes y no me digan en qué país estoy pensando, lo tenemos muy cerca. Aquí vamos también a tener que reducir la cena, incluso el desayuno y, desde luego, anular la merienda que antes se solucionaba con un llonguet acompañado de una onza de chocolate.