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Hace unos días nos dejó Hematocrítico, el apodo tras el que se escondía Miguel López. Un hombre entrañable que atizaba Twitter, el reino X de Elon Musk, con ocurrencias descacharrantes. Atrás queda su divertida propuesta de subtitular cuadros clásicos, como la imagen de la Virgen María y un Jesús recién nacido cuyo nuevo sobrenombre era ‘Señora quitándole el plástico al niño nuevo que acaba de comprar’.

El Hematocrítico, que se nos ha ido antes de tiempo, ofrecía su peculiar visión de la vida en las redes sociales. Poseído por una fecundidad literaria feroz, había escrito decenas de libros para niños mientras ejercía de profesor de Infantil. Y después llevaba docenas de cuentas en Twitter para lanzar su propia opinión de todo el mundo actual sin caer en la amargura tan propia de hoy. Su ausencia repentina deja un pequeño hueco en unas redes infestadas de mala leche y furia hacia el prójimo que tanto cunde estos días. En un gallinero agriado era capaz de aportar algo de luz.

En estos días se echan en falta más Hematocríticos que se rían un mucho de todo. Con tantos motivos para estar enfurruñados, una mirada luminosa y alegre se echa en falta. El respeto hacia el otro, aunque haya desacuerdo, y la carcajada fácil son cada vez más un animal extraño en estos lares. No solo en las redes, también en la vida real. Incluso en la escena política. Hacen falta más Hematocríticos para aliviar la tensión. Más lobos feroces que quieran ser felices negándose a comer ovejas, más piratas temibles que tiemblan ante la autoridad de su abuela. Echaré de menos la mirada de un niño grande que se ríe del juego serio y estúpido de los adultos.