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Es incompatible aunar la dignidad a la política? Pues no, pero tal fenómeno lo constatamos en muy pocas ocasiones. Gobernar la Polis exige arrojo, habilidad, ambición y otras tantas actitudes, como la falta de escrúpulos o miramientos, algo que a menudo oscurece la dignidad, entendida como cualidad personal necesaria para merecer el respeto de sí mismo y de los demás. El objetivo del gobernante está más cerca de que le teman a que le admiren.

Y ahí tenemos hoy el ejemplo de Pedro Sánchez, que repite en La Moncloa a cambio de pasarse por el forro principios éticos imprescindibles, cuyo desprecio desvirtúa totalmente la dignidad de la acción política. Ha mentido reiteradamente y ha vendido, para alcanzar el poder, algo que no es suyo –solo lo administra– como son los fondos del Estado a efectos de eliminar los quince mil millones de euros que debe a todos los españoles la Generalidad de Cataluña. Y ha recurrido a forzar una amnistía o sea a borrar unas decisiones judiciales en aplicación de la ley, todo con el único objetivo de alcanzar los siete votos que le han convertido en presidente del Gobierno.

¿Han existido ejemplos de dignidad en política? Ya lo creo. De personas que entendían el poder como servicio, anteponiéndolo incluso a su propia vida, en peligro precisamente por detentar el poder. No pocos jefes de Estado, como Cánovas del Castillo y otros tantos, serían vilmente asesinados por este motivo.

Tuvimos en Mallorca dos políticos a los que podemos considerar exponentes de poder y dignidad. El primero fue Antonio Maura. Es curioso, mis dos abuelos le reconocieron con fervor especial. Mi abuelo paterno, Antonio Piña, dejaría escrito este calificativo: «admirable», en su diario, tras escuchar uno de sus discursos en el Teatro Principal de Palma un 26 de enero de 1895. Y mi otro abuelo, Jaime Homs, nada escribiría, pero en Barcelona, por saludarle de cerca, recibió un porrazo descomunal de uno de los guardias que acompañaban al coche del distinguido político entre los vítores de la multitud. Fue el mismo día de 1904, en Barcelona, en que Maura, saliendo de la Merced, fue apuñalado por un anarquista.

Otro mallorquín modelo de dignidad fue Valeriano Weyler. Destituido de su mando en Cuba, debido a la cobardía y escrúpulos de los políticos de turno cuando precisamente estaba ganando la guerra, regresó en el vapor Virgen de Montserrat. Al fondear en La Coruña, una multitud le estaba esperando. Antes de desembarcar subieron por la pasarela un par de políticos catalanes y otros de la Comunión tradicionalista. Acudían a ofrecerle su apoyo para dar un golpe de Estado contra la regente María Cristina de Habsburgo. Supongo que algo debían pedirle a cambio. Historias como esta se repiten. Les echó fuera de su presencia. Poco después la regente le obsequiaría con el título de ‘Príncipe de las milicias españolas’, título que jamás ha vuelto a ostentar militar alguno. Weyler siempre antepuso su respeto al orden establecido a cualquier ambición personal o de servicio.

Pedro Sánchez no sabe nada de historia, como nada sabía Maria Antònia Munar, cuando escribí mi artículo ‘La sonrisa de María Antonia’ un mes de marzo de 2009, antes de ser traicionada por los suyos. Ya veremos quien acoge a Sánchez cuando todo le salte por los aires. Los catalanes seguro que no.