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En los viejos buenos tiempos, era impensable ir a comer o a cenar a cualquier restaurante de Palma y no tomar como broche final un buen postre, aunque estuviéramos más o menos a régimen, no nos cupiera nada más en nuestro estómago a punto de reventar o constatáramos que un flan de vainilla nos costaba casi tanto como un entrecot de ternera. Pero ahora, por culpa de la inflación, solemos renunciar con delicadeza y elegancia al postre, salvo que esté incluido en el menú. Otra opción alternativa, aunque no tan delicada ni elegante, es pedir un único postre de la carta que nos acaban de entregar, para compartirlo a continuación con una, dos, cinco o incluso más personas. Y si no compartimos también luego el cortado descafeinado de máquina, yo creo que es sobre todo por no acabar llamando la atención del resto de clientes más de lo necesario. Por ello, como buen amante de los postres, me gustaría proponer una posible solución para volver a disfrutar de ellos sin que nuestra economía se resienta especialmente o sin que nos veamos obligados a solicitar un crédito al banco cada vez que pedimos un pudin. Teniendo en cuenta que cada vez hay más bares y restaurantes en Ciutat que presentan ofertas o precios especiales para desayunos o platos del día, creo que si hicieran lo mismo con los postres, el éxito estaría más que asegurado. Es posible que tal vez ganáramos algo de peso, pero, a cambio, estoy seguro de que no tendríamos ya la necesidad de tomar diariamente tantos millones de analgésicos, antiácidos, calmantes, ansiolíticos, mucolíticos y sedantes.