TW
2

Sánchez, en un mitin sectario que suplió a su programa de Gobierno en el pleno de investidura, nos ha amenazado con construir un muro para contener el fascismo. Nada nuevo: es habitual en el populismo vestir al enemigo, o crearlo si no existe, con los más malévolos ropajes. A fecha de hoy, de los 35 muros construidos en el mundo para frenar a los indeseados, tres están en España (Gibraltar, Ceuta y Melilla), por lo tanto, Sánchez va a batir un récord al levantar el cuarto, aunque sea simbólico. Pero no ha sido original con el nombre, ‘Muro de protección antifascista’ es la denominación que la RDA le dio al de Berlín, aunque los occidentales le llamaron de la Vergüenza.

Empezó el mitin ofreciendo en tono sumiso a los separatistas la alfombra roja y el abrazo de reconciliación, para, a renglón seguido, atizar el odio y la confrontación y anatemizar e insultar a todo lo que tiene a la derecha. En la apoteosis, reservada para el ínclito Patxi López, le tocó cavar la trinchera en la que se apostarán las fuerzas del Bien para extirpar a las del Mal.

Es la fórmula adoptada para perpetuarse en el poder. Él es la única opción frente al indeseable fascismo, aunque se vea obligado a tomar decisiones impopulares; llegó a decir que se nos plantea «un dilema existencial», infausta retórica de los años treinta del pasado siglo. La alternativa a su poder es una ola reaccionaria tan perversa, tan tóxica, que meterá a las mujeres en casa con la pierna partida. De tal modo que, cuanto mayor sea el desafuero cometido por su persona, más maligna e indecorosa hay que pintar a la derecha. Por eso, el Pacto de la Vergüenza firmado allende las fronteras, le ha obligado a expulsar a once millones de votantes españoles al averno de la política, a renunciar a cualquier acercamiento con el ganador de las elecciones, a cultivar el miedo al bloque fascista y, como cualquier autócrata que se preste, presentarse impúdicamente como el salvador de la patria.

«Al corazón del amigo, abre la muralla. Al veneno y al puñal, cierra la muralla. Al mirto y la yerbabuena, abre la muralla. Al diente de la serpiente, cierra la muralla. Al ruiseñor en la flor, abre la muralla...»

Cantaba Ana Belén en la Transición. Pues eso.