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Obviamente, es inevitable que este artículo hable de la investidura del presidente del Gobierno y de toda la polémica que divide al país. Toco frecuentemente temas de política, de manera que hablar hoy de otra cosa sería absurdo. De manera que he dedicado la semana a ver cómo conseguía aunar lo que quiero decir.

Ya es preocupante que haya pensado si podía eludir este tema. Yo, como todo el mundo, quiero la paz, y este artículo únicamente conduce a granjearme enemigos. También algunos amigos, pero estos piensan que no tengo mérito, que he dicho lo que tenía que decir; en cambio, los que se oponen, lo harán radicalmente «Estos fachas», escuchaba a una chica hace unos días en el transporte público. Es horrible que el clima del país haga pensar que tomar postura en un tema como este pueda tener un precio en términos de convivencia.

Aún así, escribí una primera versión de este artículo inevitable poniendo el acento en la desagradable división a la que nos enfrentamos, mencionando la irresponsabilidad con la que nos insultamos mutuamente los españoles, como si de esa manera fuéramos a poder construir algo. Recuerdo particularmente qué decían las redes sociales en las pocas horas que fueron desde que se conoció el atentado contra Vidal Quadras en Madrid hasta que éste, desde el hospital, acusó a Irán de la posible autoría: aquello era un hervidero de insultos entre derecha e izquierda, atribuyéndose el intento de asesinato, culpándose de la tensión que se vive, recordando que estamos al borde del enfrentamiento. A mí me da auténtico miedo. Hablamos del 36 como si no fuera el prólogo del desastre.

En otra versión posterior de este inevitable intenté aplicar la lógica. Tengo un amigo absolutamente racional que defiende que la lógica es la única manera de entendernos, cosa que comparto en la teoría pero que, como demuestra este asunto, en la práctica es mentira. Así que explicaba por qué Pedro Sánchez es el responsable de este desastre: había apoyado la aplicación del artículo 155 en Cataluña cuando gobernaba Mariano Rajoy, había asegurado al inicio de la legislatura pasada que no había nada que negociar con Puigdemont y, finalmente, en la campaña electoral que aún recordamos nos dijo que la amnistía era inconstitucional. ¿Qué ha cambiado? Su necesidad de apoyos para llegar a Moncloa, lo que descalifica absolutamente su cambio de postura.

Tampoco la lógica me convence porque, desde luego, esta es una división que nace de la pasión más que de la razón. Y nos arrastra a todos. Incluso si ustedes siguen la prensa, que tiene un compromiso teórico con la objetividad, verán que ha caído en la más burda manipulación: en un sentido, buscando los antecedentes más descabellados para defender el oportunismo de Sánchez –incluso hasta el Partido Popular de Baleares se ha convertido en un argumento–, y en el otro, magnificando sin rubor la ya de por sí grave cesión de Sánchez. Es tan disparatado el exceso que hay momentos en los que no tengo ni idea de dónde está la verdad. No es fácil, pues, posicionarse ante lo incierto.

Ahora, al final, he optado por centrar esta reflexión inevitable en los forofos. Creo que la democracia, con todas sus carencias, puede funcionar si los ciudadanos defendemos posturas racionales; si sólo empleamos la pasión para guiarnos, estamos perdidos. Esto exige ser capaz de comprender que los míos se pueden haber equivocado, pueden errar. O pueden tener mala intención. Si vamos a ser de los nuestros pase lo que pase, mejor hablemos de las oscilaciones del yen, porque no tiene sentido razonar. Y esto es lo que está pasando. Siento que en muchos momentos en España es inútil hablar porque no existe la más remota predisposición a escuchar. No me imagino ponerme ante una peña de seguidores del Barça o del Madrid a razonar por qué el árbitro tenía razón al pitarles un penalti. La política hoy en España está a este nivel.

Por eso me parece que hay algunas personas que merecen ser aplaudidas porque han sido capaces de ir en contra de la corriente y defender la razón, la lógica, los principios del Derecho: me refiero a muchos juristas como los que integran Jueces para la Democracia, quienes pese a su habitual adscripción izquierdista, se han desmarcado y han dicho que estamos yendo demasiado lejos; el conocido juez José Castro, de declarada cercanía a Podemos, que ha dicho públicamente que no está de acuerdo con lo que está ocurriendo porque no se pueden cambiar votos por principios, o el rechazo del lawfare por parte de la Asociación de Fiscales Progresistas. Es verdad que todos estos profesionales están habituados a considerar el ordenamiento jurídico como un marco de referencia cuya flexibilidad es limitada, pero en todo caso, es muy valiente en la situación actual posicionarse como lo han hecho. También es el caso de muchos socialistas, entre quienes me parece remarcable el caso de Juan Luis Cebrián, para quien el acuerdo con Junts desborda lo aceptable.

Esto no sirve para frenar el lamentable espectáculo de un país dividido y radicalmente enfrentado. Pero tal vez permita que algunos puedan ver que estamos ante una cuestión de valores, de principios: una democracia sólo puede funcionar si además de votos, hay valores. El disparate, apoyado por la mayoría, sigue siendo un disparate.