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Creo que todos tenemos claro a estas alturas que cada cual tiene derechísimo a pensar como le dé la gana y a defender las ideas que desee, del modo que desee, siempre que no sea poniendo bombas o a pedradas. Sin embargo, está igual de claro que el modo que uno elige para defender sus posiciones le retrata perfectamente. Los gritos, las amenazas, las ridiculizaciones te dejan a la altura del barro y no te sorprendas si luego nadie te toma en serio. Razonar, argumentar y expresar con mesura lo que quieres decir te hace, como mínimo, digno de respeto, aunque no se compartan ideas o se esté ideológicamente en el otro extremo del universo. Por eso entiendo cómo son esos que han acudido a los alrededores de la sede socialista en la calle Ferraz de Madrid enarbolando un montón de muñecas hinchables sexuales para representar –en su mente enferma y depravada– a las ministras del gobierno de Pedro Sánchez. Que sea él quien ha dirigido la estrategia de adoptar la amnistía como herramienta política para sanar las heridas catalanas, favorecer una nueva legislatura progresista y, sobre todo y ante todo, mantenerse en el poder, parece que no merece crítica alguna, humillación o insulto. Porque es un macho. De ahí que los tarados que usan objetos sexuales masculinos para atacar una idea como la amnistía a los condenados del ‘procés’ giren sus ojos hacia los miembros femeninos de un gobierno que aún no se ha formado. Llamarlas putas es un clásico del machismo. Delito, además. No entiendo por qué la policía que estaba custodiando el lugar no procedió de inmediato a detenerlos y mandarlos al menos una noche al calabozo, meterles la multa del siglo y dejarles un bonito recuerdo de su repugnante borrokada.