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Más allá de debates ideológicos, todo el mundo coincide en que llegamos tarde a meterle mano al modelo turístico de Baleares. Tan cierto como que ya se han dado grandes pasos, sobre todo gracias a la iniciativa de los empresarios que, avispados ellos, saben bien aquello de renovarse o morir. Se ha hablado mucho del concepto de turismo de calidad, asociado calidad al guiri con pastuqui, algo que debería de sonrojarnos si se entiende por ello que el turismo es algo solo para ricos. No es menos cierto que a mayor poder adquisitivo del visitante mayores ingresos, pero cuidado no dejemos a los humildes sin el derecho a unas buenas vacaciones. Es por ello que las nuevas tendencias llevan el discurso a un nuevo concepto de turismo cívico, véase aquel que, con dinero o sin él, es capaz de comportarse como un viajero y no como un trozo de carne capaz de beber y vomitar sin límite. Como usted sabe, matricularse en un colegio de pago no es garantía de buena educación. Siendo así, es evidente que se abre de nuevo una excelente oportunidad para la Playa de Palma. Un precioso polígono industrial para turistas en el que las empresas han invertido millones de euros y a la que solo le falta orden y una buena pintada de cara. Los nuevos tienen cuatro años para hacer un pequeño milagro. No sobra ni un minuto. En febrero volverán a abrir los hoteles.