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Hubiera sido una ocasión de oro para quedar de democráticos y ganar un plus internacional, a lo Escocia o Quebec. El PSOE podría haberlo hecho. Una votación hubiera sido una jugada arriesgada, pero no imposible. En el momento adecuado (para eso están las encuestas) y con una fuerte campaña gubernamental por la unión (desde el poder la propaganda todo lo puede: recuerden la entrada en la OTAN), y teniendo en cuenta además que el independentismo rara vez alcanzó el 50 % de la población en Cataluña (suele estar sobre el 30 %), el unionismo hubiera ganado. Con ello, la cuestión catalana se hubiera acallado durante al menos medio siglo. La cuestión, el verdadero problema de fondo, es que, otorgado un referéndum de autodeterminación a Cataluña, resultaría de todo punto imposible negárselo a otras comunidades autónomas.

Galicia, aunque con un notable movimiento nacionalista, no presenta grandes veleidades independentistas, y en cualquier caso un referéndum allí resultaría en una ratificación de la permanencia. El problema lo tendría España con el referéndum que inmediatamente pediría el País Vasco. Abierto el melón de la autodeterminación, allí esa votación tendría muchas probabilidades de acabar en un resultado proindependentista, dado que dicha opción es con frecuencia la mayoritaria en Euskadi (llega a ser del 53 %), y el efecto tentación (tener la posibilidad real al alcance) haría el resto. De rebote, ese resultado volvería a encender la cuestión en Cataluña y extendería la tentación a Galicia y Navarra, y quién sabe si a Balears y Valencia.

Así pues, serénense las hordas ofendidas. Sánchez se hará el dispuesto, medio prometerá en privado, dará a entender, creará expectativas, jugará a la confusión, fomentará falsas esperanzas de cara a un futuro indefinido y, en resumidas cuentas, le tomará un poco el pelo a sus ilusionados socios, para acabar olvidando lo insinuado. Habrá amnistía, pero para bien o para mal –otro día hablaremos de eso– no habrá referéndum en Cataluña; primero, porque España nunca aceptará la posibilidad de una independencia (no somos ni Canadá ni Reino Unido, ni siquiera Checoslovaquia), y segundo, porque la sombra de Euskadi es muy, muy alargada.