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Desde hace unos días, los puestos de castañas han vuelto de nuevo a nuestra querida ciudad, coincidiendo con la llegada de las primeras jornadas realmente otoñales. En Palma, históricamente, no hay una gran tradición de venta de castañas asadas en nuestras calles y avenidas, una tradición que solemos asociar a otras regiones españolas algo más frías que la nuestra y quizás también a algunas épocas algo pretéritas en el tiempo. En ese sentido, las imágenes o los recuerdos infantiles que tenemos muchos de nosotros de las antiguas castañeras nos retrotraen, a veces, al Madrid decimonónico finisecular que tan bien retrataron maestros como Pérez Galdós o Pío Baroja, o a la España pobre, fría y gris de la posguerra. En el fondo, quizás sean remembranzas algo engañosas, al menos en parte, porque yo recuerdo haber comido no pocas castañas de niño, justo al inicio de los meses invernales o poco antes de la Navidad, cuando aún teníamos casi todo el curso escolar -y también casi toda la vida- más o menos por delante. Por suerte, desde hace unos años esa secular costumbre de vender castañas asadas en la vía pública ha ido cogiendo fuerza también en Ciutat, por lo que cada mes de noviembre podemos ver diversas paradas situadas en el entorno de las Avenidas o del casco antiguo ofreciendo estos sanos y nutritivos frutos secos. Como a mí siempre me ha gustado ser muy fiel a las tradiciones, en octubre no paré de comer buñuelos, ahora he empezado ya con fuerza con las castañas y me estoy preparando a conciencia para la inminente llegada de los turrones.