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Tradicionalmente, en España, pocas personas se atrevían a decir abiertamente que eran de derechas, no digamos ya de extrema derecha. Eran tiempos en los que, tras salir de una dictadura de fuerte tinte ultrarreligioso, quedaba mal adherirse a los postulados del régimen y, de la noche a la mañana, todos se apuntaron al carro de la democracia. Eso ha quedado muy atrás. No es raro, han pasado casi cincuenta años y hay ya dos generaciones que ni siquiera saben qué fue aquello. Y está muy bien, cada cual debe ser libre y valiente para proclama a los cuatro vientos su ideología, sea la que sea, así nos evitamos malentendidos. Pero, ay, resulta que a la derecha recalcitrante todavía le salen sarpullidos si llamamos a las cosas por su nombre y, en un ejercicio muy típico de ellos, de truco de birlibirloque, han decidido apropiarse de las palabras de la izquierda para darse un barniz no sé, más moderno, menos rancio, que nos recuerde menos a la mantilla, el tragahostias y el monaguillo. Por eso desde hace unos años la palabra libertad ha pasado de bando y a ellos se les llena la boca al pronunciarla, ridiculez que adquirió su máxima expresión vomitiva durante la pandemia, cuando libertad era poder irse de copas. No contentos, a los fachas ahora les gusta autoproclamarse ‘libertarios’ que no es otra cosa que pretender vivir sin pagar impuestos. Dado el éxito de su usurpación lingüística, han decidido pasar a la acción y quedarse también con algunos modos y maneras izquierdosas de toda la vida. ¡Hasta a la kale borroka se quieren apuntar ahora! Las imágenes que vemos en televisión parecen sacadas de una parodia navideña: cayetanos enfrentándose a las fuerzas del orden. Pero ¿no eran ellos la gente de orden?