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La industria del cine norteamericana, siempre tan sutil, la bautizó en los años sesenta como ‘el animal más bello del mundo’. Un calificativo que hoy supondría una petición de cárcel para el machista publicista. La actriz Ava Gardner era, en realidad, un espectáculo. Se había casado con Mickey Rooney y después con Frank Sinatra, en el que fue posiblemente el matrimonio más turbulento del siglo. A la protagonista de Mogambo, sin embargo, le perdía la noche. Y las fiestas. Cuentan que cuando vivía en Madrid su vecino era Juan Perón, que se quejaba de sus bacanales nocturnas. Ella, para chinchar al exdictador argentino, salía al balcón y gritaba: «Perón, maricón». Aquella diosa de felina insolencia aterrizó en Mallorca en 1961, invitada por Robert Graves, que celebraba su cumpleaños en Deià. El escritor, que era un caballero, también había invitado al cabo de la Guardia Civil del pueblo, un apuesto joven llamado Antonio García Vega. El benemérito acudió de gala, con uniforme, guantes blancos y tricornio. Ava, que devoraba señores, lo detectó en la distancia. Si habían caído mitos como Robert Mitchum, Clark Gable, Steve McQueen, Tyron Power, Errol Flynn o Luis Miguel Dominguín, el joven cabo mallorquín no ofrecería mucha resistencia. Lo invitó a una copa y luego a bailar, pero él se mostró inflexible: «Lo siento, estoy de servicio». Tampoco se lo pudo llevar a su yate, fondeado en sa Foradada. La gesta de Antonio -o la no gesta- apareció en el diario Baleares y en Ultima Hora de la época. Y Ava nunca olvidó que en su vida solo un hombre le dio calabazas: el cabo del tricornio.