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Para miles, quizá millones, de españoles Felipe González es casi una leyenda. Ahora, convertido en un millonario de poderosa cabellera blanca, a muchos les parece un abuelito inofensivo que mantiene su imagen hasta que abre la boca y suelta esas lindezas a las que nos tiene acostumbrados. Incluso hay quien considera que es un dignísimo representante y hasta referente de las ideologías de izquierda o del socialismo. ¡Ja! Él mismo durante su mandado –gobernó el país durante casi catorce años– creó esa fabulosa paga vitalicia que le permite vivir a cuerpo de rey por haber trabajado durante la tercera parte de lo que se nos exige a los demás. Dos millones de euros se lleva cada año, aparte de lo que pudo atesorar durante su paso por los consejos de administración de grandes empresas a las que se les puede acusar de muchas cosas, pero de socialistas poco. El individuo, al que aparte se le podrían echar en cara los oscuros asuntos pendientes de la guerra sucia contra el terrorismo, sacó su más chulesco acento para responder a la pregunta impertinente e improcedente de algún periodista: «¿Se habría reunido usted con Puigdemont?» «¡Por quién me toma!», soltó el abuelo. En estos tiempos en los que el periodismo avanza a golpe de tuit o de vídeo-basura en Tik Tok no se puede pedir más, pero quizá la respuesta apropiada para ese comentario ridículo habría sido: «Le tomo por el político que se reunió varias veces con los más altos dirigentes de ETA en su época más sanguinaria para intentar solucionar uno de los problemas más graves que ha tenido España». Lástima que hoy en día cosas así son impensables, que un periodista haga las preguntas necesarias e impida que se le manipule con las respuestas equivocadas.