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Andan por Mallorca los ministros de Turismo de la Unión Europea para hablar de sus asuntos mientras fuera, en la calle, se plantea una protesta. Al mismo tiempo, se está produciendo un lento goteo de personas que deciden irse de la España repleta hacia la España vacía. Las condiciones de vida se han vuelto demasiado duras y aquellos que jamás lo habían pensado, ahora se plantean mudarse. En Barcelona, los ciudadanos de clase media hacen las maletas y se escapan a otras provincias porque no pueden pagarse la vivienda. Y el alquiler turístico se sigue expandiendo como una mancha de aceite en la Ciudad Condal, arrebatando espacio a los residentes.

Aquí está ocurriendo otro tanto de lo mismo. Que el turismo nos ha dado de comer durante años nadie lo niega, pero no se puede ser tan ciego de pensar que los trabajadores, los que sostienen todo el entramado de esta industria, decidirán seguir malviviendo. Si no hay sueldos dignos, horarios adecuados, vivienda asequible, servicios públicos para todos... ¿Quién se quedará para cocinar, servir, limpiar, vender y atender a todos los turistas que llegan?

El turismo de calidad se hace fuerte en la Isla pero expulsa a los que no pueden permitirse estos precios, que se contagian a todos los rincones. ¿Eres tú un turista de calidad? ¿Puedes permitirte pagar una habitación de hotel boutique de 500 euros la noche? ¿Cuántos de nosotros se pueden permitir cenas de a 200 euros el cubierto? ¿Pisos que llegan al millón de euros? En este destino de calidad, los pobres somos nosotros. Muchos vinimos aquí hace décadas a prosperar. Es posible que ese tiempo se haya agotado.