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Mucho se habla en los últimos tiempos de la necesidad de llegar a acuerdos. De hecho, hablamos de muchas cosas sólo con cierta información y a veces con poca formación sobre ello. Algo similar está ocurriendo con el despliegue de las energías renovables, se habla mucho, se da mucha información y se opina aún más, aunque a mucha gente le falte (porque nunca se ha dado la importancia que se debía en la formación) una formación básica sobre ello.

Este artículo hará algo que también critica, dar por supuestas muchas cosas. Asumiré que quien lo lee conoce que hay una emergencia climática, que el consenso científico marca que una de las acciones imprescindibles y urgentes para mitigarla es la generación de energía a través de fuentes renovables para eliminar los combustibles fósiles y que Europa en su conjunto cada vez acelera más los planes de descarbonización de sus países miembros.

Sabemos todo esto, o eso creemos, que lo sabe todo el mundo, pero vemos cada vez más en los medios de comunicación, oposición al despliegue de renovables por su afectación a la actividad agroganadera, por su afectación natural, por su afectación paisajística o porque simplemente no se quieren tener al lado. Pero falta mucha información y formación para que los criterios sean, al menos defendibles desde la razón y no sólo desde el corazón. Estos colectivos dan por supuesto que se puede realizar la transición energética de otra forma. Ciertamente, hay promotores de renovables que, como todo, tienen más calidad que otros y que avivan el fuego de la conflictividad social proyectando algunas instalaciones en lugares que es evidente que no son los mejores, sin diálogo con los actores sociales o la administración local. Estos promotores dan por supuesto que no hay otro lugar donde desplegar renovables y como una mala reseña de un restaurante en TripAdvisor, manchan todas las buenas acciones que pueda estar realizando el resto del sector. En Baleares hemos vivido eso y en muchos otros territorios también.

Pero hasta aquí, hemos dado también por supuesto que todos estamos de acuerdo en que necesitamos energía para vivir. Y sí, la necesitamos, pero, ¿cuánta? ¿Toda de la misma tecnología? ¿Dónde la ubicamos? ¿Con qué parámetros sociales, ambientales y de usos del suelo y tejados? Todas estas preguntas y muchas más son las que sin posiciones de bloques, sin fanatismos, sin términos absolutos debemos tratar de responder de forma conjunta como sociedad. De forma territorializada, ya que no es el mismo problema el que habrá en Albacete que el que habrá en Asturias o en Canarias o Balears. Necesitamos procesos de escucha activa, participación y formación para ser capaces de entender a quien no opina como nosotros. La transición energética debemos hacerla todos y todas, sino, será otro fracaso de cohesión social y reparto justo de beneficios sociales, ambientales y económicos.

El modelo energético cambia y sus impactos ya están aquí. Podemos llegar a un gran pacto social energético o dejar que los bloques se vayan haciendo más fuertes en sus búnkeres, polarizando a la gente y perder todos. El consenso energético se toma aprendiendo y dialogando, no por asalto.