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AIsrael le va a costar mucho recuperarse de su victoria, si es que lo consigue. Parece no ser consciente del perjuicio que se autoinflige. Un gobierno de extrema derecha, ultranacionalista e integrista religioso ha arrastrado al país a una orgía de violencia y destrucción, que no quiere conocer más razón que la ira ni más negociación que el exterminio.

El Estado de Israel está haciendo mucho daño al pueblo judío, un daño probablemente irreparable, y además a sí mismo. Los gobernantes israelíes, y buena parte de su población, han quemado en la hoguera del expansionismo colonial los últimos restos de empatía que la Shoah generaba hacia el pueblo hebreo. Esta misma semana, escupió en la cara de la «non grata» ONU –que se supone que representa a la humanidad– por decir la verdad, además de hacerle 57 muertos. Parece que no le llegan los, de momento, siete mil muertos palestinos (alguien decía que Israel perpetra siempre matanzas de venganza en proporción 10 a 1), pero lo van a tener muy difícil para convencer al mundo de que esta carnicería es alguna forma de solución o justicia, y de que matar cien niños al día es defenderse del terrorismo y no una masacre sin paliativos.

Le convendría a tan díscolo Estado recordar que depende enteramente del apoyo militar y económico del gran amigo americano, pero que los apoyos pueden ser efímeros, y en todo caso nunca son eternos. Puede que tenga además el respaldo de gobiernos atrapados en la diplomacia del poder –como los pusilánimes europeos–, y por tanto del doble rasero, pero está perdiendo definitivamente la batalla de la opinión pública mundial. No puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo y, por mucho que remueva, agite y confunda su propaganda, como decía una folklórica «la verdad siempre sale a flote como la gota de aceite en el vaso de agua». Embarcado en la huida hacia delante, algún día habrá de mirar atrás y enfrentarse a quién es y qué ha hecho en estos «56 años de asfixiante ocupación».
Declaraba hace poco el abogado y activista israelí Michael Sfard que «la corrupción moral no es menos peligrosa para nuestra supervivencia que Hamás»; pues me temo, Sr. Sfard, que, en ese sentido, su país está tocado de muerte.