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El estruendo de las bombas aéreas en calles atestadas de civiles tiene un origen: Mallorca. Esta miserable forma de hacer la guerra se practicó en esta isla nueve meses antes que en Gernika y provocó 108 muertos, de los cuales 35 eran niños. Este crimen, hoy casi borrado de nuestra memoria, amplificó la beligerancia anticatalanista del mejor escritor mallorquín de todos los tiempos: Llorenç Villalonga Pons.

Cuando comenzó la guerra, el autor de Mort de dama y Bearn tenía 39 años y trabajaba de médico en el Psiquiátrico de Palma. Era hijo y hermano de militares, y desde hacía años se había distinguido por su oposición al separatismo catalán, con el que coqueteaba gran parte de la intelectualidad mallorquina. Al quedar España dividida en dos, se alistó en Falange y su destino fue socorrer a los heridos de los bombardeos republicanos.

Villalonga escribió su artículo más colérico tras pasarle «un avión rojo» por encima. Lo tituló ‘Mi manifiesto’ y apareció en el diario El Día el 7 de agosto de 1936: «Nos cabe el orgullo, a mi hermano Miguel y a mí, de haber representado siempre la resistencia anticatalana en Mallorca». «Los aviones que nos envía la Generalidad son los herederos directos de los anarquistas que antaño tiraban bombas en el Liceo». Y lanzó un aviso: «No cuento con volver a recibir a ningún representante catalán en tanto la Generalidad no haya presentado sus excusas y haya indemnizado debidamente a la isla de Mallorca».

Su hermano Miguel fue más lejos y amenazó a todos los intelectuales catalanistas de la isla: «Cualquier manejo vuestro será ejecutiva y fulminantemente reprimido. No os llaméis a engaño si os sucede algún contratiempo desagradable». El historiador Josep Massot i Muntaner asegura que los Villalonga se convirtieron «en un peligro público» y que «los pancatalanistas enmudecieron y quedaron borrados del mapa como grupo».

Los artículos de Llorenç continuaron en la misma línea: «Se me viene acusando de catalanofobia precisamente en los instantes en que la Generalidad acaba de bombardearnos y de invadir nuestro suelo». Y citó un pasquín que habían arrojado los aviones: «Se titula Mallorca en Flames. Germans, amics, imagineu el nostre dolor al cumplir el deure terrible d’aniquilar-vos. Tal manera de sentir puede interesar al psiquiatra. Seguramente yo haré algún día psicología con este documento, cuando vuelva la paz, y trataré de explicarlo por acción de ciertas glándulas endocrinas. Pero no antes de que sus autores hayan sido fusilados». Se refería, obviamente, a Lluís Companys.

Villalonga era muy consciente de la brutal represión contra izquierdistas porque desde su puesto en el Psiquiátrico escuchaba las ejecuciones del cementerio de Palma. No obstante, Massot asegura que no tuvo ninguna responsabilidad. El escritor José Carlos Llop señala que fue él quien salvó al gobernador republicano Antonio Espina. En cuanto a su militancia falangista, Llop la achaca a la coyuntura del momento mientras que Massot insiste en que era «fascista de corazón».

Los expertos coinciden en que Llorenç Villalonga es, con Mercè Rodoreda, la mejor pluma de la literatura catalana del siglo XX. Fue traducido a multitud de idiomas, incluido chino y vietnamita. Hoy da nombre a los premios de novela del Ayuntamiento de Palma y a decenas de calles en Mallorca y Cataluña. La memoria democrática ha borrado del mapa a muchos de sus colegas, pero con él no se atreven.