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Me llena de congoja el fallecimiento, este octubre, de una persona por la que siento un enorme afecto, de quien aprendí bastante y que era un intelectual único, irrepetible. No conozco a ningún otro que se le pareciera: investigador muy puntilloso y a la vez esotérico, de infinidad de temas intrincados y difíciles de deslavazar de la historia de cualquier asunto. Lo conocí en 1982 cuando estudiaba en la UIB y cada día iba (con Gerard Mora, Miquel Bennásar, Antoni Picazo, Leandro Garrido) a la Biblioteca Bartolomé March a disfrutar de sus consejos, de su compañía e ironía: yo quería ser historiador y él me iba diciendo por donde tenía que ir tirando. Lo solía acompañar todos los sábados al Baratillo (con Baltasar Coll y Melcior Rosselló Simonet) a buscar opúsculos y publicaciones perdidas con aires baleáricos.

Terminaba su semana de bibliófilo en Palma (era vegetariano avant la lettre) y en ese momento, siempre con su senalla (no tenía coche), se iba a s’Arracó. Luego anduvo por la el Servicio de Bibliografía de la Generalitat de Catalunya, por la Biblioteca Nacional de España para finalmente, tras la correspondiente oposición, poner mando en plaza en una biblioteca tan legendaria como lo fue la Española de Tánger (actual Instituto Cervantes Juan Goytisolo), ciudad en la que era todo un personaje cultural y humano porque ayudó a muchos a solventar penurias. Siempre llevaba una bata blanca impoluta que resaltaba muy bien su barba y pelo azabache.

Jaume Bover Pujol (Les Vosges, 1945) es (yo lo sigo teniendo como vivo) descendiente del gran historiador mallorquín del siglo XIX, Joaquín María Bover. Jaume viene de una familia mallorquina que emigró a Cuba y posteriormente volvió a la Isla. Sus padres regentaron un comercio en Alsacia, donde vivió con ellos los horrores de la II Guerra Mundial: la Gestapo aparecía de tanto en tanto por su casa. Uno de sus mundos es el de los libros, y de hecho fue uno de los grandes especialistas en la materia. Ha escrito incontables artículos de investigación sobre los más variados temas: libros antiguos, imprenta, textiles, halconería y cetrería histórica, bibliotecas (una de sus grandes pasiones) e infinidad de temas de Marruecos y España. Uno de sus últimos artículos, publicado en Randa, fue sobre la vida y costumbres de los gatos medievales. En 2020 Documenta Balear publicó un libro homenaje dedicado a él con aportaciones de numerosos investigadores.

Nuestro personaje aparece en algunos libros como Recuerdos de Tánger en el que también se habla de su amigo Paul Bowles (Ed. Azarbe, 2003). La Biblioteca de Andratx, donde se archivaron muchos de sus papeles, lleva su nombre. Era un intelectual de arcánicos saberes, que siempre sorprendía con informaciones históricas desconocidas y muy curiosas e insólitas. Estar con él era siempre una fiesta cultural y Mallorca ha tenido la gran suerte de que Jaume fuera mallorquín. Escribió centenares de obras con su gran amigo Ramon Rosselló Vaquer. Representa, nuestro Bover, un mundo lleno de sugestiones y aventuras espirituales y librescas que, desgraciadamente ya no existen. Sigues, adorado Jaume, en nuestros corazones.