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En demasiadas ocasiones, en política, las formas lo cambian todo. Cuántas veces habremos escuchado propuestas del todo razonables, que benefician al bien común, deseables, factibles y sencillas que, a la postre, provocan rechazo porque el político que las propugna lo hace a gritos, dominado por la rabia, la crispación o la chulería. Pasa mucho y es una lástima. En España, millones de personas aborrecen profundamente a la izquierda de Podemos solo porque su antiguo líder llevaba pelajos y ahora porque sus mandamasas hablan a gritos, atacan más que proponen, chillan con intención de convencer únicamente a los ya convencidos. Sin embargo, detrás de esa puesta en escena como de patio de instituto y hormonas aceleradas hay un programa de gobierno, ideas que poner en práctica para que este país abandone algunas de sus rémoras más antiguas y camine, de una vez, hacia el bienestar de la Europa más desarrollada. Estos días Yolanda Díaz, que es también una de esas políticas que grita y gesticula casi con histerismo, plantea como condición sine qua non al PSOE para reeditar la coalición de gobierno que el impuesto extraordinario a los beneficios de la banca se prolongue más allá de este año. La banca, naturalmente, ya ha saltado de la silla para protestar por una medida que, de concretarse, haría realidad la pesadilla de todo empresario: la inseguridad jurídica. Y lo hace, con sorna, el mismo día que anuncian unos beneficios récord a rebufo de la criminal subida de tipos de interés del BCE, que tiene ahogados a los ciudadanos hipotecados. Si la gran banca nos exprime sin compasión como a un limón, no es descabellado exigir que una ínfima parte de esa grandísima estafa colectiva regrese a nuestros bolsillos.