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El bloqueo de los presupuestos de la CAIB provocado por Vox como reacción a la negativa del PP de generar una nueva guerra de lenguas en las escuelas, retrata fielmente la verdadera utilidad de la formación de Abascal. Vox votó con toda la izquierda para que Marga Prohens, que cuenta con el apoyo mayoritario de la ciudadanía, no pueda desplegar sus políticas mediante la ley presupuestaria.
La exigua minoría de la extrema derecha intentando marcar la agenda del Govern y buscando imponer sus disparatadas propuestas lingüísticas. No tratan de que las familias puedan elegir el modelo lingüístico que más se adapte a sus preferencias de entre una oferta variada de centros –algo a lo que el PP está comprometido–, no, quieren exterminar de la faz escolar la lengua catalana. Les importa un pito la división social, viven, como los soberanistas, de ella.

Por supuesto, Negueruela y los suyos estaban suspirando que los populares votaran con Vox y justificaran una nueva marea verde. Pero hete aquí que lo que sucedió fue justamente lo contrario, que Vox votó con el PSIB y sus mariachis.

A renglón seguido, el líder gallego del socialismo balear demostró su escaso bagaje político, cuando acusó al actual ejecutivo del «fracaso más grande de un conseller de Hisenda». Menos lobos, Caperucita. En octubre de 2010, el conseller socialista del Govern de Francesc Antich, Carles Manera se encontró en idéntica situación. Cuando uno acaba de aterrizar en la política y en la sociedad balear, como Negueruela, debería, al menos, ser un poco menos lenguaraz y un pelín más prudente.

Vox seguirá tensando la cuerda para intentar demostrar –en vano– que sus escaños sirven para algo más que para hacer ruido, pero debería sopesar que, si estira mucho, la cuerda puede romperse, pues Prohens tiene la llave del final de la legislatura. No sea cosa que la campanera obtenga una mayoría absoluta –de la que sin duda está muy cerca–, y Vox, como tantas otras formaciones en la historia reciente, pase a ser una fuerza extraparlamentaria, volviendo a los gloriosos tiempos del Círculo Balear.

Cambiando de tercio, que no todo va a ser crítica política, hoy voy a hablarles bien de AENA. En muchas ocasiones el ente que gestiona los aeropuertos españoles ha sido objeto de mis dardos, bien por su carácter de último cortijo colonial del Estado, bien por cosas más prosaicas como la de obligar a transitar a los viajeros –incluyendo a los menores– por un gigantesco comercio de drogas legales –alcohol y tabaco– en el aeropuerto de Palma, pese a las prohibiciones publicitarias y las recomendaciones de las autoridades sanitarias. AENA busca la pasta y lo demás le importa un pimiento.

Ahora bien, siempre que viajo al extranjero acabo con la sensación de que los demás aeropuertos del mundo nos van muy por detrás en cuanto a la agilidad y eficacia de nuestros controles de seguridad. La última, este pasado domingo, cuando pude comprobar como el segundo aeropuerto de Londres –Stansted– con casi idéntico número de movimientos que Palma, es incapaz de gestionar decentemente los controles de seguridad y trata a los pasajeros, literalmente, como ganado. El Brexit ha hecho un daño inconmensurable al Reino Unido, pero no pensaba que les hubiera acercado tanto al Tercer Mundo.