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Una conocida mía ha pasado parte de este mes de agosto en una fantástica ciudad europea. Eso no es digno de esta columna porque cada año hace lo mismo: visita en profundidad una ciudad y su entorno. Solía ir acompañada de su pareja, aunque esta vez fue sólo con su hijo. Alquila un apartamento y desde allí se organiza.

Lo peculiar de este viaje no es que alguien dedique agosto a hacer turismo, sino la vinculación entre el turismo urbano veraniego y el gasto español en investigación. Por lo que veo, es muy importante que nuestros gobiernos sigan dedicando una parte importante de su presupuesto a la ciencia, para poder mantener el turismo en Europa.

Esa es mi sorpresa. Mi conocida es profesora universitaria. De las ‘pata negra’, con trienios, proyectos, etcétera. Y es de las sufridas, de las que en agosto no se coge vacaciones. Cuando todos veraneamos, ella se va a una biblioteca de una ciudad europea para leer sesudos manuscritos. Su universidad, con cargo al proyecto de investigación financiado por el Gobierno, le paga el desplazamiento, el alojamiento y los gastos. Así que cada verano se va a una ciudad europea.

Todo su trabajo consiste en ir uno de los días de las vacaciones a la universidad de destino, entrar en la biblioteca, pedir un libro, conseguir el certificado que diga que ha estado allí con esa publicación, y listo. Media hora en total. Da igual que, como ocurre este año, el libro esté totalmente digitalizado y accesible en la red: ella tiene que verlo con sus ojos. El resto del tiempo investiga la arquitectura, los museos, el ambiente de la ciudad en la que está la biblioteca.

De manera que está es la factura que le cae a España: primero, las vacaciones, porque no le cuentan como días libres; segundo, los gastos de alojamiento y de manutención; tercero, los desplazamientos y, además, el alojamiento y manutención de su hijo, porque en el apartamento alquilado caben dos.
Durante muchos años, España financiaba los viajes de la investigadora y el marido, pero ahora se han separado. Para que el presupuesto de I+D de España no se quede con remanentes, para que no nos quedemos atrás en I+D, ahora viaja con su hijo, que ya tiene edad de valorar las mieles de la cultura europea.

¿Por qué nadie lo denuncia? Por una parte porque todos sus compañeros tienen algo que tapar y, por otra, porque en ese ambiente, hay que ser ‘colega’ y evitar ser excluido. De manera que al final, aunque en las tertulias todo el mundo despelleja al otro por estas corruptelas, nadie se sale de madre. Hoy por ti, mañana por mí.

Este abuso no es excepcional. Desde el mismísimo Consejo Superior de Investigaciones Científicas hasta la universidad más cutre, esta picaresca es general. Incluso por parte de los que nos dan lecciones de honestidad. Recuerdo en Palma a un conocido profesor que pidió una excedencia pagada para irse a dar clases a otra universidad cuando, en realidad, estaba en casa descansando y, por supuesto, cobrando la totalidad de su salario. Es una putrefacción extendida, conocida, implantada, que se extiende a las publicaciones académicas, a los congresos, que son repartidores de certificaciones de asistencia, o a los concursos para la provisión de plazas en los departamentos, férreamente manipulados para que sólo entren los que durante años y años han sido dóciles servidores de café a cambio de becas. Afortunadamente, siempre hay quien gasta una parte de su presupuesto en investigar, porque siempre hay quien tiene inquietudes científicas, de manera que siempre tenemos algo que ofrecer como saldo de tanto gasto. Aunque bien poco en humanidades y ciencias sociales.

No obstante, todo el mundo universitario, todos los intelectuales, toda la progresía, y todos los medios de comunicación piden más gasto público en investigación, indiferentes a lo que se consigue con ese gasto, a la aportación real del mismo, a los resultados que se obtienen. Porque quienes entienden y habrían de certificar que el dinero está bien gastado son los mismos que se aprovechan del sistema. Jueces y parte. Lean los informes que escriben estos cantamañanas al volver de viaje: aplauden su aportación a la ciencia, confundiéndola con Airbnb. O sea que esa petición de aumento del gasto más o menos puede equivaler a exigir alojamientos en cuatro estrellas en lugar de tres.

Así está la élite del pensamiento español: enfangada en su corrupción, aunque bien dotada de dinero para viajar por el mundo, para pontificar en los medios, para contarnos que son nuestro último bastión de sabiduría. O sea que mucho cuidado con cuestionar el gasto en I+D, que es fundamental para nuestro turismo emisor.