TW
2

El reencuentro con el paisaje de toda la vida tranquiliza porque en los días de ausencia nada aparente malo le ha ocurrido a la gente y a las cosas cercanas que ves cada día. Eso de la rutina está infravalorado. La vuelta a lo que llaman normalidad es un alivio. Por poner un ejemplo, he sentido como cierta alegría al salir de casa y ver que el coche abandonado en mi calle sigue ahí, envejeciendo, inmutable, resistiendo a todas las denuncias, a todos los papeles que le han puesto en el tiempo que lleva donde lo aparcó algún ladrón o un dueño sin alma. A un cacharro útil o de adorno también se le quiere. Hace ya tres años que me di cuenta de su presencia y durante meses hice lo posible porque se los llevaran. Ni llamadas, ni policía de barrio, ni alerta directa a patrullas de municipales… Nada. Ahora me alegro de que mi arrebato cívico no prosperara. Ahora lo saludo cuando llego de viaje y me quedo tranquilo. Forma parte de mis salidas diarias y me intereso por su deterioro, que es también el mío. Ya no quiero que se lo lleven a un centro de recogida para subasta o desguace, estoy pensando pedir un indulto y hasta dispuesto a adoptarlo como se adopta un perro abandonado, como se adopta un árbol. Me inquietan la fosas comunes y las pilas de coches y neumáticos, fondos de películas y novelas negras. Y es un Mercedes, en aparente buen estado, con matrícula de tres letras. Quizá sigue vivo. O yo lo veo así, como algo cercano a lo que saludo todas las mañanas y me recuerda que yo también sigo aquí y cuasi aparcado. No sé si pedir indulto.