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En un mundo saturado de distracciones y autointerés, a veces nos preguntamos por qué escribimos, por qué emprendemos viajes que nos llevan lejos de nuestra zona de confort. La respuesta, al menos para algunos, es clara y poderosa: escribimos para dar voz a los que no la tienen, para visibilizar realidades ocultas, y para llevar esperanza a aquellos que más lo necesitan. Este es el relato de un viaje que abrazó estas ideas y transformó vidas a lo largo de 1.640 kilómetros de carretera, desde Palma hasta Fez, pasando por Rabat y adentrándonos en los rincones más remotos del Marruecos profundo hasta llegar a la zona cero del terremoto de Al Hauz.

Tocar las sonrisas y abrazar la hospitalidad de quienes no tienen mucho, pero dan todo lo que tienen. Este viaje nos llevó a conocer a personas con caras llenas de alegría, personas que nos recibieron sin preocuparse por lo que llevábamos en las manos. Ancianos ansiosos por compartir sus vidas y recuerdos, como si cada palabra fuera un regalo preciado. La última noche, Khadouj, una voz sabia entre los ancianos del pueblo compartió con nosotros la rutina de esperar la nada. Sin embargo, estos días, les dimos un motivo para levantarse temprano y acostarse tarde. Les dimos una razón para sonreír y sentir que sus historias importaban.

Este viaje no fue solo un viaje físico, sino un viaje hacia adentro. Como lo expresó nuestra compañera de viaje, Angie Ramón en su relato, fue un viaje hacia el corazón de la solidaridad. La solidaridad es el acto de sacrificarse por el bienestar de los demás. Sin embargo, a menudo descubrimos que, al final, lo que hemos hecho por los demás se convierte en un regalo para nosotros mismos. Fue un recordatorio de que hay mucho más por hacer por los demás y que cada acto nos enriquece a todos.

Termino esta columna en el avión, repasando los momentos y las fotos que capturaron la esencia de este viaje. Me doy cuenta de que hay tantas historias por contar, tantos rostros y nombres que merecen ser recordados. Pero en última instancia, mi corazón está lleno de gratitud. Gratitud hacia las personas que nos permitieron acercarnos a sus vidas, gratitud hacia Mallorca y la Fundación EuroAfrica, por pensar en ellos y tomar acción.

Este viaje no solo nos llevó a Marruecos, sino también a un lugar dentro de nosotros mismos donde la solidaridad y la empatía florecen. Nos recordó que, al final del día, todos somos parte de una misma comunidad global, y que nuestras acciones, por pequeñas que sean, pueden tener un impacto duradero en las vidas de los demás.