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Me pregunto si no será mejor hablar de amor en tiempos de guerra. Le doy vueltas y sé que a menudo andan de la mano. Me confirma una frase de Albert Camus: «Créanme que no existe el sufrimiento eterno, la pena infinita, el recuerdo imborrable. Todo se olvida, incluso un gran amor. Eso es lo triste de la vida y también lo maravilloso».

Cuando era una adolescente con derecho al voto, lo ejercí con una pasión desbordante. Me estrenaba casi como el país en democracia, me gustaban algunos de los discursos electorales. Ver en la tribuna a un poeta me llenaba de esperanza. Ganaron los míos y al poco tiempo caí en el desengaño. Aún y todo había luz y cerebro en las disputas en el Congreso, les seguía arrobada, mirándoles las caras y los gestos. En la Universidad discutíamos a fondo las guerras dialécticas de los políticos en una Transición que supimos después parcheada. Así que como bien señaló el filósofo, estoy olvidando esos grandes amores del pasado porque o ellos o yo hemos cambiado el paso, o estamos en otras batallas. ¿Triste? Quizá. Pienso que por encima de todo, liberador. La vida surge en un resquicio de la grieta en un muro, la luz entra por un minúsculo orificio. De estos lucernarios suceden milagros, aunque no siempre.

Esta semana hemos escuchado las voces distintas que hablan de una España plural en la Cámara Alta. Oportunismo o no, que algo hay, no lo dudo porque a algunos entre las filas socialistas el verbo plural les ha costado, yo he celebrado escuchar tonos y ritmos, palabras diferentes para mencionar el mismo asunto: hacer política. Quisieron empañar la alegría los de siempre, esos jinetes del Apocalipsis que en un gesto de amante despechado soltó los pinganillos frente al escaño del presidente en funciones. Su enfermizo amor al español lo es en calidad de que lo convierten en la única lengua que hablamos en este país y se apoderan de ella como si los que tenemos la suerte de hablar dos o tres lenguas más no tuviésemos derecho a amar en generosidad.

Del pasado han surgido las sombras de aquellos que en su día iluminaron mis días de aprendizaje político, del arte del diálogo, de la retórica, del buen uso del verbo, para ensuciar su boca y la de nuestros oídos. El que en su día se sirviera de Machado, dice de Yolanda Díaz: «Habrá estudiado entre peluquería y peluquería». Alfonso Guerra dice hablar en aras de su «amor socialista». No es que se haya soltado la melena, porque no la tiene, es que ha evidenciado lo que ha expresado en anteriores ocasiones. Es un machista de libro. Haga el favor de ir al barbero a ver si le masajean el cráneo y se diluyen por el sumidero algunas de sus ideas cavernarias. Ah, de él también procede esta frase: «Nos damos prisa en hablar catalán en el Congreso, en los colegios no pueden hablar castellano en el recreo». Ay, qué poco queda de la rosa y cuántas espinas por clavar.